Xavier siempre lo tuvo claro. Su padre era guardia civil y él, que admiraba su entrega y devoción, desde pequeño quiso seguir sus pasos. A veces, cuando se quedaba solo en casa, entraba en el cuarto de sus padres, abría el armario y contemplaba el uniforme. Tocaba la guerrera verde, el cinturón y se paraba ante el tricornio. Lo cogía y se sentaba sobre la cama. Allí, en la semi oscuridad que suele acompañar a la clandestinidad, se imaginaba algo mayor, vestido con las ropas que acababa de rozar, rodeado de compañeros, de hermanos, todos iguales, en defensa de algo mucho mayor que cada uno de ellos, de un noble ideal.
Pasaron los años y Xavier no cambió de opinión. Al contrario. Cada día que pasaba reforzaba su voluntad. De modo que, al cumplir los dieciocho, comenzó a estudiar para ser policía.
Desde hacía un tiempo su familia se había trasladado a Sant Andreu. Y claro, en Barcelona, allá por el año 2010, era poco habitual ver a la Guardia Civil en las calles. A quien sí se veía era a la Guardia Urbana, que patrullaba su barrio prácticamente a diario. Su uniforme era distinto. Pero el fin último que perseguían esos hombres y mujeres era el mismo: el mantenimiento del orden público, de la paz social y de la seguridad de todos nosotros.
Aprobó pronto. Algo normal. Era su vocación. Así que ingresó en el Institut de Seguretat Publica de Cataluña. Allí coincidió con otros aspirantes, sobre todo a Mossos d’Esquadra, pero también a otras policías municipales y, cómo no, a la Guardia Urbana de Barcelona.
Las instalaciones eran mejorables, pero no estaban mal teniendo en cuenta lo que se invierte en lo público. Lo mejor, sin embargo, eran sus compañeros y los instructores. Disfrutaba cada día, aunque, para ser sincero, con unas asignaturas más que con otras. Y, sin duda, con lo que más, con las prácticas en el boulevard, el punto de partida de lo que sería su día a día en un futuro cada vez más próximo.
Al poco tiempo se graduó y comenzó a trabajar. Fue destinado a la Unidad Territorial de Ciutat Vella, la UT 1, para abreviar. Allí pasó unos años y, cuando se crearon los grupos de Delincuencia Urbana, no quiso perder la oportunidad y se presentó voluntario. Conocía cada palmo del distrito y a muchos de los delincuentes habituales, de manera que no hubo problema. Rápidamente fue admitido.
Comenzó a patrullar de paisano por las mismas calles por donde lo había hecho antes de uniforme. Su misión, a partir de ese momento, se centraría en prevenir, perseguir e investigar hurtos, delitos relacionados con el tráfico de drogas y otros muchos de los que, por desgracia, se suceden a diario.
Un día como otro cualquiera se encontraba de servicio con otro compañero. Pere, se llamaba. Ambos estaban en la Rambla del Raval, más o menos a la altura del Carrer de l’Hospital. Ya había oscurecido y, como un par de farolas no funcionaban, no se veía demasiado bien. Aun así, creyeron ver lo que parecía un pase de droga. Un hombre, de forma clandestina, entregaba una pequeña bolsa a otro.
Pere y Xavier se aproximaron con clara intención de intervenir. Pero, por alguna razón, los dos hombres que presuntamente realizaban el pase, en vez de salir corriendo, se quedaron plantados esperando a los guardias. Y, en un abrir y cerrar de ojos, cuando Pere estaba a punto de alcanzar a uno de ellos, otro, un tercero que ni siquiera había intervenido hasta ese momento, le clavó un cuchillo por detrás, en la espalda. Pere cayó al suelo y Xavier, conociendo a la perfección las consecuencias, en la firme convicción de que a un compañero se le protege siempre, no se le abandona nunca, apartó de un empujón al agresor y, a modo de muralla, se puso entre Pere y los tres hombres. Los otros dos sacaron también dos cuchillos y, entre los tres, trataron de alcanzar a los guardias.
Ninguna otra cuchillada alcanzó a Pere. Xavier lo impidió. Pero éste recibió la peor parte. Tres heridas por arma blanca. Una en el brazo izquierdo y dos en el costado derecho. Aún tuvo suerte. A los dos minutos llegó una patrulla uniformada y los tres hombres salieron corriendo. La patrulla les dio alcance a la altura de la Plaça del Canonge Colom y allí fueron detenidos.
Xavier y Pere fueron ingresados en el hospital. Pere no tardó en recuperarse. Xavier, sin embargo, quedó incapacitado para el servicio. Las heridas fueron profundas y le causaron secuelas.
La noticia salió al día siguiente en los medios de comunicación locales. También en alguno autonómico, apenas unos segundos y a otra cosa, algo sobre una concentración en favor de la okupación de segundas viviendas. Habló el portavoz de la plataforma, un par de regidores y hasta el conseller. Así concluyó el telediario de aquel día.
Hubo, no obstante, un diputado que, conociendo el caso de Xavier, publicó un tweet. 115 caracteres solidarizándose con el guardia urbano, diciendo que su labor había sido esencial para la seguridad ciudadana. Un miserable tweet para quedar bien de cara a sus electores y, de paso, conseguir algún voto. A los dos días, el caso se olvidó.
Queridos lectores, Xavier no existe. Es tan solo un ejemplo de lo que tristemente ocurre en la realidad. Porque él, al igual que todos los guardias que han vivido experiencias similares, serán siempre, aunque ya no puedan ejercer, policías, guardias urbanos. A mucha honra.
Y a todos ellos, ya vistan de uniforme o lo hagan de paisano, les debemos que nosotros, los ciudadanos, podamos salir a la calle sin miedo. A ellos, sí, a los policías, no a los políticos. Ellos son los que hacen que, cuando nuestros hijos salen de noche, nosotros estemos un poco más tranquilos.
Lo hacen siendo pocos, muy pocos. Y cada día con menos medios, con menos seguridad, en el punto de mira de políticos que, sin importarles su salud, juegan a ganar elecciones porque de no hacerlo, de no conseguir un puesto, no tendrían nada. Unos políticos que, día sí y día también, critican a la policía, pero cuando tienen algún problema, cuando les roban el móvil o entran en su casa los mismos que antes han protegido y ensalzado, rápidamente descuelgan el teléfono y llaman a los uniformados.
Por eso, por el abandono que sufren quienes con sacrificio nos protegen, he querido hacerles este pequeño homenaje. A ellos, vistan de negro, de azul o de verde. Todos policías. Para pedirles que, a pesar de todo, sigan haciendo su trabajo con el mismo entusiasmo que hasta ahora.
Para rogarles que, a pesar de todo, sigan siendo policías.