En estos momentos coinciden noticias preocupantes sobre la escasez de productos básicos para las personas y la economía. La guerra de Ucrania, más los problemas de abastecimiento que se generaron tras la parálisis mundial impuesta por la Covid-19, han provocado tensiones en los mercados energéticos como no se veían desde hace cinco décadas.
En paralelo, una buena parte de Europa, sobre todo la del oeste, sufre una sequía de graves consecuencias para la sociedad y los sistemas productivos. En España, como en las cuatro provincias catalanas y en Barcelona lo estamos viendo a diario. Lo evidencian la falta de lluvias y el nivel de los pantanos.
Sería populismo barato y falso atribuir a los ciudadanos una responsabilidad de primera fila en el consumo energético porque las familias sólo concentran el 36% de la demanda nacional, un porcentaje que se reparte casi a mitades entre la vivienda (18,5%) y el automóvil (17%), aunque ilustra dónde podríamos actuar la gente de a pie.
Las cifras son mucho más evidentes respecto al agua. El 75% de su consumo corresponde a la agricultura y un 12% a los hogares. O sea, que las medidas de ahorro que pueda incorporar la gente a su actividad diaria siempre tendrá una repercusión muy relativa.
Pese a esa escasa trascendencia, la participación de cada uno de nosotros en cómo se administran los bienes energéticos básicos cobra cada día más importancia. Sobre todo cuando las nuevas tecnologías de autoconsumo y reducción del gasto energético están al alcance de la mano tanto de una comunidad de vecinos como de quienes viven en casas unifamiliares.
Nada que objetar a la promoción de causas tan justificables como la bisexualidad o el orgullo gay –otra cosa es que el alcalde/alcaldesa tenga que explicarnos cuáles son sus estímulos eróticos--, pero sería deseable un empeño semejante en la promoción de las herramientas que permitan que los ciudadanos contribuyamos al ahorro energético comunitario y de la factura doméstica. Me atrevería a decir, con perdón, que es mucho más progresista que estimular a los adolescentes para que prueben a ver qué opción sexual les encaja mejor como si su propio cuerpo no fuera suficiente predictor.