Saltó la noticia hace unos días, pero no se ha vuelto a saber nada. Me refiero a la supuesta intención de cronometrar la ocupación de la mesa de una terraza de bar, de tal modo que, al cabo de media hora, el cliente pida algo más o se largue (si es que ha pillado mesa fuera, ya que, si no forma parte de un grupo de por lo menos tres personas, es posible que se la nieguen y lo envíen para adentro, lo más cerca de los lavabos, a ser posible). Se comentó también la posibilidad de cronometrar la hora del almuerzo, concluyendo que con una horita iban que chutaban los que pretendían comer en una terraza. No sé quien tuvo ideas tan brillantes, pero dudo mucho que se tratara del presidente del gremio de Restauración, que es un señor muy razonable y muy simpático que atiende por Roger Pallarols Taylor. Como hace días que no leo nada sobre tan implacables (y contraproducentes) medidas, quiero creer que no van a ser implementadas, por el bien de los barceloneses y, sobre todo, por el de los propietarios de los bares.
La medida es absurda por varios motivos, tanto morales (no se puede tener a la gente sometida a la amenaza de que se le acaba el tiempo) y prácticos (se pueden contar con los dedos los clientes que se apalancan en una terraza con un triste café durante horas y horas, más bien sucede lo contrario, que los usuarios de las terrazas no paran de pedir cosas). Con la abundancia de terrazas en Barcelona, además, en cuanto corriera la voz de cuáles eran las que pretendían limitar tu libre albedrío, los usuarios las pondrían en su lista negra y se irían a cualquier otra a hacer gasto.
En cuanto a lo de limitar la duración del almuerzo a una hora, la cosa tendría los mismos efectos nocivos para el restaurante que adoptara esa medida. La gente puede soportar que su empresa, a cambio del sueldo que le paga, le obligue a comer en menos de una hora, pero que lo haga un sitio en el que se están dejando los cuartos le resultará intolerable y una injerencia muy grosera en sus hábitos de conducta.
Permítanme un último comentario de índole moral. La hora del almuerzo es (o debería ser) sagrada. Igual que el rato que uno decide pasar en una terraza y que nadie tiene derecho a cronometrar o a impedir porque va solo en vez de aparecer con una docena de colegas. Puede que me esté poniendo la venda antes de la herida, pues hace días que no se oye nada sobre tan peculiares iniciativas represivas, pero tenía que decir algo en defensa de mis atribulados conciudadanos, a los que ya solo les falta que les metan prisas a la hora de comer o de tomarse una copa.