En su Diccionario de lugares comunes, Gustave Flaubert escribió: “Viejo. A propósito de una inundación, un tormenta, etc., los viejos de la respectiva región nunca recuerdan haber visto otra parecida”. Es lo que pasa a barcelonesas y barceloneses de edades más avanzadas, que no recuerdan haber visto nada parecido en la ciudad. Así por ejemplo: Olas de calor y sequías imprevistas por quienes cobran para preverlas y prevenirlas. Pinchazos con sustancias no identificadas en brazos y piernas de chicas que bailan en las discotecas. Arroyos de porquerías por calles, plazas y callejones. Invasiones de ratas. Okupas y otras gentes de mal vivir desaliñadas y malcaradas. Portales y aceras habitadas por pobres y marginados. Pertinaz aumento de delitos sexuales. Turistas de borrachera y bronca. Muertos heridos a tiros, puñaladas y machetazos. Agresiones a vigilantes y policías. El invento de cuatro trayectos seguros y controlados para la ciudadanía honrada, como si fuesen hooligans o delincuentes. Y una primera autoridad municipal arbitraria y caprichosa que al principio de su mandato sólo acertaba cuando rectificaba, y ahora se equivoca hasta cuando rectifica.
Que no cunda el pánico, que aún no es el Apocalipsis ni la catástrofe cósmica. Y cosas peores verán quienes vivan para contarlo y quienes no se exilien de la Diagonal hacia arriba o a municipios más cercanos y menos hostiles a la vejez. Con un consistorio regido por cantamañanas y manipuladores de musarañas, todo caos es posible. Como intentar arrasar las discotecas frente al mar para instalarse en sus terrenos sin ser de su propiedad ni tener competencias para hacerlo. O resucitar a Copito de Nieve a golpe de metaverso. Para condenarlo a cadena perpetua a convivir con otras veinte especies en un zoo virtual. Un lugar donde todo será más falso e irreal que las ideas de Colau, y que, tras la presunta especulación debida, acabará despareciendo por falta de clientela. Le pasó a aquel Imax que fue lo más de lo más, y ya le había pasado al Cinerama, que sólo abuelas y abuelos recuerdan. Personas que ven que en Barcelona ya no se pueden fiar ni de los negocios funerarios y sepultureros del concejal más lúgubre del equipo. Ni de la funeraria vinculada a un exdirector de Cementiris que ha cobrado casi un millón de euros de las ayudas al Covid antes de acabar las obras de su tanatorio en Sants.
Todo gracias a infiltradas/os en la administración municipal y cargos/as colocades a dedo de alcaldesa. Una trama de arribistas y oportunistas formada por chiquilicuatres y chisgarabís, (personas, frecuentemente jóvenes, algo arrogantes y de escasa formalidad o sensatez, según la piadosa definición de la RAE). Personal improductivo que únicamente sabe provocar radicalización y desconcierto. Dicen ser progresistas para encubrir sus políticas retrógradas y reaccionarias. Como su lenguaje, que es un mejunje que destila odio envuelto en una retórica tronada. Militantes de una falange de narcisistas que se sienten moralmente superiores a los demás y propagan infelicidad. Aspirantes a plutócratas de quiero y no puedo a costa de un dinero público que también es de las viejas y viejos. Son los que no recuerdan haber visto nunca nada igual.