Nos está quedando un verano estupendo. Como es tradicional, media Barcelona está patas arriba, porque mejor interrumpir ahora el tránsito de vehículos en una calle o cortar un tramo del metro, por ejemplo, que no durante la vuelta al cole. Aunque también es verdad que justo ahora es cuando salen turistas de hasta debajo de las piedras. Entre la Sagrada Familia y las calles reventadas, creerán que Barcelona no se acaba nunca.
Pero, claro, vienen elecciones y todo eso se hace ahora o nunca. Si los munícipes quieren presumir de una labor bien hecha, tienen que hacerla el último año para lucir del estreno los últimos meses. Esto es así aquí y en todas partes. Dicen que los electores tienen memoria de pez y que no recuerdan más que lo último, especialmente si crea polémica. De los tres primeros años nadie recuerda nada, pero quizá recuerden algo de los tres últimos meses. ¿Es así? Pues no lo juraría, no lo sé.
Pero si no es verdad, hacemos siempre como si lo fuera y antes de que vengan a quejarse, esto lo han hecho todos los alcaldes y alcaldesas en democracia, del primero al último. Todos.
También les digo que no es menos cierto que si uno lo hace mal desde el principio e insiste, va calando la idea de su patanería. Luego ya puede hacer las cosas más maravillosas del mundo, que la fama ya no se le quita de encima ni con lejía. Patán eras, patán serás. Ojo, que también pasa al revés, cuando se dice que Fulano de Tal es tan tan bueno y no para de decirse. Luego resulta que Fulano de Tal puede pasarse el día mirándose el ómbligo porque sus acólitos considerarán que está meditando cosas importantísimas.
Por eso nos está quedando un verano estupendo a los que nos quedamos en Barcelona. En la Diagonal, asoma un río subterráneo que si no es el Aqueronte, será el Cocito, el Flegetonte, el Lete o el Estigia, y no me extrañaría ver a Caronte con una góndola pasando turistas de uno a otra orilla, que a óbolo por turista suma un pastón. Han cortado varios tramos del metro y amenazan con poner patas arriba Consell de Cent para convertirla en intransitable. El etcétera de obras en la vía pública es más largo, pero ya pueden hacerse a la idea. No son las obras de cada año, sino las de cada cuatro años, que son más importantes para quienes gobiernan el consistorio y más molestas para el ciudadano, al que pretenden convencer el año que viene con deslumbrantes luces de colorines.
Con todos estos agujeros, las ratas están alborotadas y asoman al mundo, que ahí abajo no se puede vivir en paz. Oh, las ratas, se queja el público, por quejarse, que es verano y no hay noticias. ¡Siempre ha habido ratas, rediós! Y si ponemos Barcelona patas arriba, habrá más. En Sant Andreu sí que tienen más razones para quejarse, porque los roedores se alimentan del mal diseñado sistema de recogida de basuras puerta a puerta, pero anda que no he visto yo ratas como gatos cruzando el paseo de Gràcia, después de haberse entretenido en los escaparates de Gucci, Loewe o Chanel, o ahora mismo, paseándose por los alrededores del Arc del Triomf o la plaza Tetuán para tomar el fresco.
Conviene recordar que el problema no son esas ratas, sino otras, de dos patas, pero ahora no se verán en la ciudad, que están de vacaciones en sus segundas residencias de mar y montaña.
Sí, es verdad, nos está quedando un verano estupendo y todos intentan disfrutarlo a toda máquina, porque nos están amenazando con un otoño entretenido. Los precios de los alquileres se han disparado hasta el infinito y más allá y nos lo miramos como bobos, sin saber qué hacer ahora. La vivienda pública, se busca, pero no se encuentra. El Estado del Bienestar sigue en el desguace. Ya veremos qué pasa en otoño con los precios de la electricidad, el gas y la gasolina, si no llegan las restricciones. ¡La sequía…! Tendremos descuentos en el transporte público, eso está bien, pero no veo a nadie con inteligencia para aprovechar la ocasión de convertirlos en protagonistas de la movilidad metropolitana, que buena falta hace. Pero el tema estrella de los meses que vengan será, ya lo verán, una gilipollez procesista, porque nos encanta embestir icebergs con el Titanic, esa afición tan barcelonesa.