Es difícil traducir woke. La expresión stay woke (mantente despierto) ya asomó en los movimientos sociales que surgieron después de la Gran Depresión de 1929, cuando en los EEUU estuvieron a punto de asentarse un movimiento socialista y unos sindicatos de clase. Woke, literalmente, significa despierto y también puede interpretarse como alerta o atento. Desde hace poco más de diez años, esta palabra identifica a los movimientos progresistas identitarios estadounidenses, y quédense con lo de identitarios, porque han abandonado el concepto más clásico de la lucha de clases que, con todos los matices que quieran, definía a las izquierdas.
Algunos críticos de la misma izquierda han señalado que este discurso woke se ha convertido en un capitalismo woke, de inspiración claramente neoliberal. El capital, dicen, ha sabido retorcer el discurso políticamente correcto y sacarle un beneficio. Eso se veía venir, porque la publicidad desde siempre se vale de eufemismos para presentar una visión de mundo ideologizada a través del lenguaje.
No sé si han entendido lo que he dicho. En resumen, el discurso woke deja de ser una reivindicación para convertirse en un medio publicitario. Peor todavía, en una señal identitaria. Si un individuo pone en duda el discurso woke imperante en su entorno, es automáticamente calificado de reaccionario, por no decir fascista, palabra que, de tanto uso, va perdiendo brillo y significado.
El discurso woke, que se inició con reivindicaciones justas y necesarias, se ha convertido en la promoción de una idea identitaria individualizada y despolitizada. Ahora se basa en potenciar la confianza en uno mismo, no en el esfuerzo colectivo, todo lo contrario a las tesis de una izquierda que lucha por la conciencia colectiva de clase, por una justicia social y una mayor igualdad de oportunidades. La izquierda clásica de toda la vida, la que nos trajo el Estado del Bienestar, las vacaciones pagadas y la jornada laboral de ocho horas, no estaba por tonterías.
Dicho esto, hay que andar con mucho ojo. La palabra woke también se emplea despectivamente para señalar a esa izquierda que antes de decir mujer dice ser menstruante, y creo que ya entienden por dónde van los tiros. Sinceramente, no me extrañan las burlas. Lo que en origen era una reivindicación justa, como, por ejemplo, la lucha contra la discriminación racial o por razón de sexo, orientación o identidad sexual, ahora se ha convertido en un discurso tópico, semánticamente confuso, a ratos incomprensible y a ratos ridículo, que se deja ir por la boca para semejar moderno y guay y marcar el paquete de una identidad política que no va más allá de la fachada. Ha nacido una progresía idiota que vive alejada de los problemas que de verdad afectan a la gente y se goza en un ensimismamiento léxico que da grima, porque ofrece en bandeja de plata suficientes razones para la burla y el desprecio. ¡Menudo problema tiene la izquierda sobre la mesa!
Decir ser menstruante y no mujer es tontería, pero aprovechar esta tontería para atacar y dinamitar la lucha del feminismo es algo que estamos viendo. Vean, si no, el sangrante enfrentamiento entre facciones feministas por culpa de estas tonterías, una bronca que atizan con saña los de siempre, ya nos entendemos. Y como este ejemplo, tantos otros. La serpiente del nacionalismo y de la extrema derecha, valga la redundancia, se alimenta a menudo de la tontería del populismo woke que se hace llamar de izquierdas, y burla burlando, el monstruo engorda con su propio woke, el antiwoke.
Una prueba de ello son las recientes declaraciones de personajes relevantes del independentismo que se han sumado a la teoría del Gran Reemplazo, un antiwoke de manual. Por ejemplo, Lluís Llach y centenares de sus seguidores en las redes sociales. Pero no es nada nuevo, qué va. Un mantra del nacionalismo catalán dice que Franco había promovido la emigración hacia Cataluña para acabar con nuestra cultura, nuestra identidad y bla, bla, bla, lo que es completamente falso. Quien se puso las botas fue la burguesía catalana, que abusó del necesitado y buenos beneficios sacó de ello. Pero recordemos que antes de la Guerra Civil esa misma teoría ya la apuntaban fascistas (fascistas de verdad) como los hermanos Badia, que apaleaban a los sindicalistas obreros por ser charnegos.
Nos está quedando un país precioso y Barcelona, que presumía de cosmopolitismo y era un oasis liberal en medio del carlismo, ya es un campo de batalla entre tontos de un lado y tontos del otro.