Los partidos políticos independentistas destacan por su coherencia. Durante años se lanzaron a las autopistas a pedir la retirada de los peajes. Una vez que los que dependían del Gobierno central han desaparecido, se han dedicado a exigir que los repongan. Oriol Junqueras se fotografió junto a las barreras levantadas. Ahora su partido pide que se reinstale el pago. Junts defendía lo que hiciera falta cuando se llamaba Convergència, pero en general sostenía que en Cataluña se pagaba mientras que no ocurría lo mismo en otras partes de España. Y era parcialmente verdad: hasta que España empezó a recibir subvenciones de la UE para reequilibrar el territorio, había zonas enteras que carecían de autopistas y, por lo tanto, no pagaban nada por circular por sus peligrosas carreteras. Pero en otras se pagaba, vaya que si se pagaba. El pago de la actual AP-2 empezaba en Zaragoza y el de la AP-7 llegaba hasta Alicante y Murcia. De modo que los camioneros de Huelva y Almería que viajaban hacia Francia y más allá pagaban, aunque no fueran catalanes. Para no hablar de los peajes de Cádiz o de Bilbao o de la zona de la vía que iba desde Aragón hasta el País Vasco. Lo de las radiales es otra historia. Se hicieron de la mano de Aznar y se liquidaron con el voto de la entonces CiU. De hecho, en Cataluña hay aún vías licitadas por el método alemán (Manresa-Berga) en las que el usuario no paga directamente, pero pagan todos (incluidos los que nunca la han utilizado ni la utilizarán) a través del canon que abona el gobierno hasta que termine la concesión.

Cuando arreciaron las peticiones de que la autopista del Maresme se convirtiera en gratuita, se oyeron voces que advertían que sería una solución pésima porque la eliminación del peaje supondría un aumento del tráfico descomunal. Así ha sido en todas.

Ahora el nacionalismo pide que se reimplante el pago y hasta las patronales del transporte, que han caído en la cuenta de que el peaje les reducía tiempo y con ello, costes.

El problema más serio para la economía catalana no es el atasco de los fines de semana, sino los atascos cotidianos en laborable en las entradas y salidas de Barcelona. Ahí, sin embargo, cuando alguien habla de peajes que reduzcan la circulación, la mayoría calla o pide lo contrario a voz en grito. Si el peaje tiene que servir para regular el tráfico, quizás sería idóneo ponerlo donde hay un tráfico que regular, es decir, en los accesos a Barcelona y de lunes a viernes.

De todas formas, el problema real del peaje que sufría Cataluña es que beneficiaba casi en exclusiva a bolsillos privados. Si la vía dependiera de un gobierno (central o autonómico) y los beneficios fueran al erario público, no sólo los ingresos cubrirían sobradamente el mantenimiento sino que se podría dedicar el sobrante a mejoras en otras carreteras. El pago por uso es mucho más justo ya que sólo afecta a quien goza del servicio. De hecho, es lo que reclama la Unión Europea.

La sugerencia del ministerio de ampliar la AP-7 en varios tramos no deja de ser un despropósito. La mejora se notará un par de semanas, luego se cumplirá la inexorable ley que afirma que el coche tiende a ocupar todo el espacio que se le ofrezca. Si hay dinero, teniendo en cuenta la incidencia del cambio climático, mejor invertirlo en el tren, transporte público menos contaminante y más barato, aunque la instalación sea más cara.

Junts defiende que el pago se haga a través de la viñeta. Aunque no está claro que reclame la euroviñeta, que habilitaría a circular por todas las carreteras de la Unión. A la espera de la euroviñeta, lo que ahora hay son diversos sistemas. En Suiza se produce un único pago anual, tanto para locales como para visitantes; en Austria la República hay varios tipos de cuota: 10 días, un mes o un año. Y, además de controles visuales, dispone de controles electrónicos ya que el pago queda asociado a la matrícula, como ocurre en Barcelona en las zonas azules. ¿A cuál se apunta Junts? No lo dice porque lo suyo no es hacer propuestas serias, sino defender siempre lo contrario de lo que digan los demás. Cada día se parece más a un partido antisistema. Con Laura Borràs dictando a Turull la línea a seguir, igual que Díaz Ayuso se la marca a Nüñez Feijoo. Y es que las derechas tienden a coincidir. Hasta en las formas.