El año que viene habrá elecciones municipales. En Barcelona parecen claras las candidaturas de Ada Colau, por los Comunes; Ernest Maragall, por Esquerra, y probablemente Xavier Trias, por Junts o algo que se le parezca. Las demás formaciones, hoy por hoy, no tienen un cabeza de lista definitivo, porque los antiguos candidatos no repetirán. Y así están las cosas: debatiendo quién opta a la alcaldía en un sistema electoral que, al menos en teoría, propone que se vote equipos completos, algo en lo que no creen ni siquiera los partidos.

Se diría que en una contienda deberían valorarse los programas (que nadie lee) y los equipos. Pero lo cierto es que si se hiciera una encuesta preguntando quién era el tercero, no ya el décimo, de cada lista, lo más probable es que sólo lo supiera el propio interesado y, a lo sumo, su familia más directa. Lo que importa es la estrella, como en las películas de los años cincuenta y sesenta.

Así se está reescribiendo la historia: a base de nombres propios. Es una historia individualista, a la medida de algunos informativos televisivos, donde lo que cuenta es quién da bien en pantalla, quién atrae audiencias, aunque no diga nada o diga tonterías. Más aún, lo segundo da mucho juego porque permite repetirlas y provocar unas risas que siempre se asocian a más audiencia. Tipos como Trump, o Boris Johnson han hecho carrera así. Incluso Zelenski, humorista de profesión. Si no la ha hecho Marine Le Pen es porque le falta sentido del humor. Resulta tan adusta que asusta al telespectador.

En España, Esperanza Agurirre se ganó un lugar al sol a base de salir en los programas de supuesto humor haciéndose la tonta, un día y otro, hasta que la conoció todo el mundo. Se le atribuían las ignorancias más supinas, pero lejos de ahuyentar al personal, hacía gracia. Como Díaz Ayuso o su equivalente catalán, Laura Borràs. Paréntesis: en Junts hay cierta preocupación porque algunos allegados a la presidenta del partido andan sugiriendo que podría aspirar a ser alcaldesa de Barcelona, en vez de Trias o frente a él, si hiciera falta. Puede ser verdadero o falso. Osadía no le falta y, desde luego, sabe que su candidatura tal vez no ganaría, pero impediría, de todas todas, el triunfo de Trias. De momento, para que se calme, se ha permitido que su equipo en el Parlament siga cobrando una pasta (26.000 euros mensuales), aunque ella no ejerza. Total, es dinero público y ya se sabe que el dinero público está para eso: pagar a los afines o darles contratos fragmentados para que vayan tirando.

La muerte de Isabel II de Inglaterra es otro eslabón más en ese intento de reescribir la historia a base de nombres propios. De hacer caso a algunos comentaristas, la historia del Reino Unido reciente la ha marcado ella. En España hubo un tiempo que pasaba lo mismo: la democracia la había traído Juan Carlos de Borbón. El resto de españoles, por lo visto, se había ido de vacaciones. Con todo, hay que reconocer que ella mantuvo la imparcialidad, no como la casa real española que, en abril, envió el informe sobre su patrimonio a todos los partidos (incluido Vox), menos a Podemos.

El caso es que los historiadores del futuro van a tener el trabajo fácil: no necesitarán explicar las tendencias históricas, ni si había fuerzas confrontadas, ni si se daban intereses sociales. Les bastará con relatar el santoral de las listas (los primeros candidatos): santa Ada Colau, san Ernest Maragall y san Xavier Trias. El resto lo completarán con los constantes acontecimientos históricos de los que las televisiones dan cumplida cuenta: históricos triunfos futbolísticos o de tenis o en un festival de canción ligera.

¿Proyectos para Barcelona? ¿Programas de gobierno? ¿Equipos de gestión? ¿Ideología política? Eso ¿a quien le interesa? Ya se ha visto esta semana: cuando Yolanda Díaz ha hablado de intervenir en el mercado, quien le ha replicado con más saña no ha sido un defensor del liberalismo (PP o lo que quede de Ciudadanos) sino la ministra de defensa, adscrita al PSOE; supuesto defensor de una socialdemocracia que sostiene la conveniencia de regular la economía. Los Comunes, en cambio, se han callado. Tal vez a la espera de que Ada Colau les dé consignas. ¿Pensar por cuenta propia? ¡Dios nos libre! Aunque no exista.