El pesimismo barcelonés es todo un género literario en sí mismo, desde los tiempos del Titanic: “ Barcelona , en cambio, ya no es aquel escandaloso, mestizaje de chavas y salta-taulells” como predijo con tino Azúa.
Últimamente los agoreros se han multiplicado y, con ello, su aviso naranja por fuertes tormentas. Algunos hasta presumen de ello, otros, en inexplicable estampida, se dejaron en el camino más de 30 escaños y un millón de votos. No hay semana donde alguien, desde su cómoda tribuna, píe o escriba invitando a abandonar Barcelona (y Cataluña) sin mirar atrás. “Váyanse, allá todo son ruinas y rescoldos” vendrían a decir. De hecho, mucha gente ya lo ha hecho, pero de forma silenciosa, con tristeza y sin alharacas, dejando atrás vida y proyectos. Poco que celebrar pues. Quizás estaría bien que alguien fuera más allá de los fríos números del saldo de población barcelonesa y bucease en las razones de este silencioso éxodo.
No faltan ni sobran las razones, un simple recordatorio (y seguro que me dejo cosas): suciedad con pedigrí napolitano, invasión de ratas, horizonte económico negro, agotamiento post procés, empresas que huyen, hordas de turistas lowcost, precios de la vivienda prohibitivos, hampa city-friendly, oferta cultural menguante, cerrazón antes las nuevas propuestas y, en definitiva, un panorama desolador de una ciudad irreconocible en el que el talento, la ilusión y las ideas han sido barridas por una alcaldesa regodeada en su mediocridad. Das Nicht.
De competir por ser la más europea de las ciudades a conformarse con ser capital de comarca, o de veguería ya puestos. La resaca es peor cuando se sufre con un ojo puesto en la eterna rival, Madrid, pero también en ciudades más pequeñas que se están despojando de complejos y problemas estériles para despuntar en el ámbito cultural, gastronómico o turístico.
No se puede vivir eternamente de una marca o de una etiqueta, no se puede estirar el chicle de la fama sin límite ni propósito porque cuando éste estalla se ven las trampas del trampantojo, el decorado detrás del cuál se han escondido las miserias que ahora han aflorado; vayan a dar una vuelta por el bel centro de la ciudad: el mismo Raval, el desagüe de la ciudad tolerado y alimentado por los ocho peores años de gobierno municipal en la historia de nuestra democracia.
Pero, aunque lo parezca, esta no es la enésima letanía del fracaso ni una invitación a la resignación. Lo fácil es desistir. Irse dando un portazo. ¿Entonces, qué queda?, ¿esto es todo? No, no lo es, por eso estamos en política: para no dar nada por perdido. La política es una llamada a la acción, a la responsabilidad y es conciencia ética, táctica e histórica. Un acto de impugnación y de conquista por el futuro.
Bajar los brazos no es una opción, es una irresponsabilidad e invitar a ello es tirar por tierra el trabajo de cientos, más bien de millones de catalanes, empecinados en devolver a Barcelona el lugar que le corresponde
Este mes comienza el nuevo curso político marcado por las elecciones municipales de mayo de 2023. Desde Valents les decimos alto y claro: abandonen toda esperanza de convertir esta manoseada y maltratada ciudad en el pim-pam-pum de la pinza letal que habita en plaza de Sant Jaume: el populismo de izquierdas y el nacionalismo, unidos en su profundo odio a Barcelona, a la modernidad y a la razón.
No lo vamos a permitir: por los que se fueron con ese regusto de amargura, pero, sobre todo, por los que se quedan.