Por lo visto y oído, el futuro será maravilloso. La última buena noticia sobre el porvenir es que, al fin, habrán caído los muros de la cárcel Modelo de Barcelona. Unos muros que se entregan periódicamente a pintores más o menos voluntariosos, pero que son pasto de los vándalos del aerosol al poco tiempo. Muros, en fin, que sólo sirven hoy para tapar las vergüenzas del interior. Aunque ahí siguen. En el futuro también se habrán liquidado las obras de la Diagonal, las de Via Laietana e incluso es posible que se hayan iniciado las de La Rambla. Y Rodalies funcionará correctamente. Y, ya puestos a soñar, hasta cabe imaginar que se habrá renovado el poder judicial, aunque eso parece que tiene un plazo más largo porque, trabajando o no, los jueces cobran puntualmente. ¿Qué pasaría, es sólo una idea, si quien se tomara la vida con tanta calma fuera el funcionario encargado de tramitar las nóminas de sus señorías?

El caso es que el presente se vive sin prisas. Al menos algunos pueden tomarse así la vida. No hay que estresarse, porque la ciudad seguirá en su sitio dentro de una década, aunque haya unos cuantos ciudadanos que ya no estén y a los que ese medio plazo, que dará paso a la utopía feliz, les traiga bastante sin cuidado. A algunos de esos barceloneses les gustaría que se acabara alguna vez algo. Tal vez, por no pedir demasiado, los trabajos en el edificio que albergó a Telefónica en la avenida de Roma, muestra evidente de que, en cuanto a desidia, las obras privadas son perfectamente equiparables a las públicas. Hay obras, como las de Glòries, que duran una eternidad. Otras, como las que se hacen en la plaza de Espanya, duran una eternidad y media.

Conviene tenerlo presente, Barcelona es mundialmente famosa por la Sagrada Familia, cuyo proyecto es conocido en la ciudad por los muchos años (décadas) que lleva en marcha sin llegar nunca a terminarse. Eduardo Mendoza la llamó “la ciudad de los prodigios”, pero es más bien “la ciudad de los proyectos”.

El eterno aplazamiento de la reforma de la Modelo enlaza con un entorno también aplazado. A pocas manzanas de distancia, en dirección opuesta al edificio esquelético de la Telefónica, está el futuro (o no) tanatorio de Sants, que linda con la estación de autobuses que un día será modernizada pero que de momento muestra un estado más bien cutre. Se podría decir que impropio de Barcelona, pero es evidente que no. Vinculada a esa obra que se prolonga en el tiempo está la inacabada estación de trenes, de cuyo futuro se ha llegado a conseguir que muchos duden. Como casi todo lo que depende de Adif, va para largo, si es que va.

Adif es la empresa pública que gestiona las estaciones y las infraestructuras ferroviarias y el origen de casi todas las disfunciones que sufren los trenes (salvo las que provocan los CDR), aunque la gente, políticos incluidos, siga disparando por norma contra Renfe. No es una novedad. Cuando en noviembre de 2006 se produjeron serios problemas en la red ferroviaria catalana, debido en parte a la falta de previsión del Ministerio de Fomento en infraestructuras, la entonces titular, Magdalena Álvarez, hizo lo que los directivos del fútbol: destituyó al que no juega. En este caso cayó Josep Manau, director de Rodalies de Renfe, gestor serio y competente, pero que venía a ser como los entrenadores: el eslabón más débil y el que permitía un titular en la prensa para fingir que la ministra se tomaba el asunto en serio. De aquellas seriedades se ha llegado a la situación de ayer, de hoy y de la semana que viene. Cuando no se cae el sistema informático se avería una catenaria o se produce cualquier otro tipo de incidente. A Adif le preocupa hasta cierto punto: los palos se los lleva casi siempre Renfe.

La reforma de la Modelo y la de la estación de Sants y del Tanatorio y de La Rambla no son las únicas que van de un aplazamiento a otro; de una promesa a la siguiente. Sigue pendiente de decisión definitiva la ampliación del Clinic. Gracias a Artur Mas, que empezó la política de recortes, se ha conseguido desarbolar la sanidad pública hasta tal punto que hoy ya no se puede ni acudir al CAP. Acudir al médico de cabecera, eso sí que se ha convertido en un verdadero proyecto de futuro. Las urgencias son para dentro de un par de semanas y las listas de espera para intervenciones se programan a meses y meses vista. Pero la sanidad es un problema casi solucionado porque si el enfermo no está grave y puede esperar, espera; si no, se muere y la administración pública pasa a tener un problema menos.

Después de todo, ya dijo Heidegger que el hombre es un ser para la muerte. La función de la administración sanitaria catalana sólo se limita a confirmarlo.