Ada Colau llevará, en mayo de 2023, ocho años como alcaldesa. No es poco. Su gestión está siendo duramente cuestionada, como se refleja en los propios barómetros municipales. Su valoración personal al frente del municipio es de las peores que han tenido los alcaldes de Barcelona, por debajo de la que tuvo en su momento más bajo Jordi Hereu. Pero Colau mantiene su poder de atracción y cohesiona a los suyos. Ha gobernado como una equilibrista. Ganó por muy poco a Xavier Trias en 2015, y perdió en 2019 frente a Ernest Maragall. Y así ha logrado gobernar durante dos mandatos, con posibilidades, ahora, de hacerlo en un tercero. Si lo logra, serían doce años al frente de Barcelona, solo por detrás de Pasqual Maragall.

A pesar de las limitaciones que se quisieron otorgar los comunes, con dos mandatos, fijados en los estatutos, Colau cree que debe asumir ese reto para “encauzar la ciudad en el siglo XXI”. Señala que sería, en todo caso, su “último” mandato y que no se puede hablar de casta, aunque ese era el latiguillo que se lanzaba a los partidos “antiguos” del sistema, del régimen del 78, como le gusta decir a Pablo Iglesias.

Solventadas esas contradicciones, --eso le toca a los votantes y simpatizantes de los comunes, que son los que deben juzgar a sus dirigentes—Colau afronta la campaña con una estrategia que puede perjudicar de forma seria a quien más aspira a la alcaldía, el socialista Jaume Collboni. El candidato del PSC ha gobernado con “fidelidad” junto a Colau, según la alcaldesa, y solo se ha permitido exponer algunas diferencias, en cuestiones como el urbanismo táctico, la seguridad, o la lucha contra los okupas. No son ámbitos menores, pero el gobierno de coalición ha mantenido el rumbo sin dificultad.

Y ese es el problema para Collboni. La alcaldesa no le da demasiada importancia a esas diferencias. Las ve como un cierto viento en contra, que puede molestar por un instante. Puede que la procesión vaya por dentro, pero de forma pública lo que expone Colau es que el PSC está siendo un socio “serio y que muestra una gran fidelidad, a diferencia de los socios que gobiernan la Generalitat”, en alusión a ERC y Junts per Catalunya.

Sin embargo, ¿cómo puede Collboni en los meses que restan hasta las elecciones mostrar un proyecto muy diferente al de los comunes si ha sido tan fiel hasta ahora? Esa es la maniobra que ha puesto en marcha Colau, que también se ha fijado en ERC para alabar su gran capacidad de diálogo y de pacto, con la aprobación de los presupuestos. Entonces, ¿quién ha ejercido de oposición a Colau? Lo hizo tímidamente Elsa Artadi al frente de JxCat, y apenas nadie más, porque la fuerza de partidos como Barcelona pel Canvi –ahora Valents—ha sido mínima, aunque ha mostrado voluntad.

Ese abrazo del oso de Colau a ERC, y, especialmente, a Collboni, su socio “leal”, debería ser la luz de alarma para que el PSC implemente un cambio de rasante, si quiere, realmente, ganar con claridad las próximas elecciones municipales.