La actual temporada del MACBA, después del nombramiento de Elvira Dyangani Ose como directora en 2021, debía ser la de las nuevas ideas y la entrada de aire fresco. Sin embargo, los únicos vientos que parecen soplar desde los centros internacionales del arte contemporáneo son los de la ortodoxia ideológica posmoderna. El posmodernismo sigue un programa profundamente regresivo de transmutación del arte en política, con la paradójica premisa, pergeñada por Rosalind Krauss y compañía, de que cualquier exceso de placer puede convertir una obra en munición reutilizable por el enemigo capitalista.
Lo preocupante no son los nombres que se incluyen en el programa, cuestión siempre opinable. Lo preocupante es el superávit de ideología, y además de una sola ideología. En el MACBA se puede ver desde julio la exposición de Cinthia Marcelle (ya prevista en la anterior etapa del museo), cuyo trabajo «alude a las jerarquías laborales, de clase y de raza que condicionan nuestras interacciones cotidianas y el orden social y político imperante». En octubre se inaugura la muestra de María Teresa Hincapié, autora de una «obra de resistencia a la sociedad capitalista y patriarcal», y también en otoño tendremos a la muy de moda Carrie Mae Weems. Sobre Weems dice el New York Times que «es capaz de extraer un arte exuberante de las áridas polémicas identitarias». Sin embargo, resulta muy difícil encontrar nada en los medios, incluyendo sus propias declaraciones, sobre la exuberancia, y muy fácil topar con la árida polémica identitaria. Barcelona lleva años perdiéndose novedades interesantes porque las sucesivas direcciones del MACBA se ven a sí mismas por encima de cualquier propuesta que supere cierta cuota de autonomía estética. El límite permitido por el nuevo puritanismo parece ser una mirada que reúna «poesía y crítica social», como dice la propia nota de prensa del museo sobre Marcelle.
Por otro lado, aunque la ortodoxia posmoderna se precie sin tregua de dar voz a los que no la tienen, solo es así cuando esa voz encaja en su narrativa. Los artistas americanos que han apoyado los recortes a la policía tras las protestas raciales no hablarán del repunte ulterior de la violencia, cuyas primeras víctimas han sido los afroamericanos. En noviembre se inaugura en el MACBA una exposición sobre el pueblo mexicano de los mixe. Nadie va a hacer alusión allí al rechazo de los chilenos a su nueva constitución, entre otros motivos que tenían para ello, porque, a cuenta del indigenismo, el texto renuncia a instituir una sociedad de ciudadanos libres e iguales. Los comentarios en el dosier de la temporada no tienen desperdicio, sobre todo cuando se afirma que, en el contexto de la regeneración cultural del continente americano, «…la presencia europea no supone solo la subversión del orden cósmico, sino su interrupción». Y después: «no hay mayor certeza que el final de estos tiempos [los presentes] y el advenimiento de los tiempos que fueron». Algo que podría haber salido sin ningún problema de cualquier programa ultra. Dicho esto, el dosier termina por proclamar, literalmente, en su ilegible jerigonza, que se trata de «una propuesta contemporánea y con un horizonte de futuridad».
En cuanto a la propia Colección del MACBA, a finales de noviembre será presentada la nueva muestra, anticipo de cómo se pretenden reorganizar los fondos. De nuevo, el museo no puede ser más explícito. «Poética y política», dice la presentación, «entran en un diálogo que reflexiona sobre las relaciones entre la obra de arte y su contexto, los sujetos que la rodean y la cultura material de la que forma parte». Aquí tenemos otro de los motivos recurrentes del manual posmoderno, según el cual son los objetos los que crean a sus autores y no al revés. El propósito declarado consiste en borrar a la persona individual para que su obra encaje a martillazos en la inexorable dinámica histórica, hoy transformada en caprichosa política identitaria. Así, mientras el contacto de los creadores con el mundo debería servir para el descubrimiento, bajo esta premisa no sirve más que para reforzar el argumento de autoridad, como en «los tiempos que fueron».
Sin embargo, ese es el problema. La búsqueda de la verdad en cualquiera de sus formas, incluyendo el arte, necesita exploración, margen para formular hipótesis. Explorar partiendo del dogma aboca al mero enfrentamiento de dinámicas de poder, como se dice en la jerga. O sea, a la pelea por ver quién decide la verdad de antemano.
En los primeros diez millones de presupuesto del reciclado MACBA, las nuevas ideas no son otras que las viejas ideas de la franquicia posmoderna, antiglobalizadoras pero calcadas urbi et orbi. La ortodoxia es absoluta, porque no hay nadie que se arriesgue a la excomunión, ni aunque tenga el talento para hacerlo. Una disciplina tan perfecta entre los gestores del arte contemporáneo, voluntaria y sin disidentes, en un campo que antaño encarnaba la rebeldía, es digna de estudio.