El dato es demoledor. 400 delitos en un día. Ciertamente Barcelona tiene unos índices delictivos que se alejan del caos y la inseguridad de otras ciudades europeas, pero decir que Barcelona es segura es cerrar los ojos a una realidad. No es percepción, es realidad. Pero estamos de campaña y la alcaldesa se ha vestido de candidata orquestando primero, un paripé interno, para decidir si al menos tres concejales aspiran a un nuevo mandato. El Código Ético está para eso, para saltárselo vistiéndolo de normalidad y de transparencia. Que se lo crea quién quiera, pero a otro perro con ese hueso. Segundo, está en plena campaña. Que si hace la mejor política de vivienda, debe referirse a los containers, que urge la regulación de cruceros pasando del Port de Barcelona, que si Sánchez no aprueba la limitación de alquileres que se olvide del apoyo de los Comunes, que si la gran patronal está en su contra porque defiende a los más débiles, que hay que afrontar la situación de locales vacíos -después de siete años en el cargo se da cuenta justo al inicio de la campaña-, que si Barcelona está limpia y que la suciedad es una percepción, otra, y un largo etcétera.
Tenemos a Colau hasta en la sopa. La alcaldesa sitúa el debate en temas cómodos como los ataques a la banca, el victimismo ante Foment del Treball, o la vivienda donde huye hacía adelante. Dice que el consistorio hace vivienda pero eleva el debate a escala nacional. O temas punta de lanza como los cruceros. Pasa de negociar con el Port de Barcelona que es la autoridad en la materia pero exige a ERC que se moje en la cuestión. Colau tiene bien amarrado a Maragall. Si gana el republicano los Comunes tienen garantizada su supervivencia en el consistorio, y si gana Colau los republicanos tendrán que estar solícitos a entrar en el equipo de gobierno.
Colau ha descartado al PSC. Collboni es un tipo incómodo como socio. Es prudente en las formas, intenta lavar la ropa sucia en casa, pero ha marcado perfil propio, quizás con más contundencia en los últimos meses, pero sin estridencias que son de agradecer. Es evidente que a pesar de la coalición representan dos formas de gobernar la ciudad desde la izquierda. El PSC abriéndose al consenso, los Comunes más partidarios de la imposición ideológica. De forma no buscada, Colau ha señalado a su oponente. No es que Collboni se postule, es que lo ha postulado Colau poniendo a Maragall como un simple peón. Cuando Colau exige a ERC que se moje con los cruceros no piensa en Maragall, piensa en Aragonés. Todavía se acuerda de que los presupuestos de Barcelona fueron aprobados por la intervención del president. El líder municipal se limitó a decir: sí president, y rectificar su política.
Comunes y ERC formalizarán su romance tras las municipales. Hasta entonces intentarán guardar las formas, pero deberán esmerarse porque se les “veu el llautó”, así en catalán que es más expresivo. Hasta ahora son las actitudes bastante diáfanas. El único problema que tiene la coalición, incógnita si lo prefieren, es quién será alcalde y quién se retirará de la política municipal. Los dos no seguirán en el mismo gobierno, uno supeditado al otro.
Colau aprovechando que Maragall está sin fuelle está desplegando una actividad frenética. Se lo avancé hace meses en esta columna. Colau es el único valor añadido de los Comunes. Las municipales no les irán bien porque apenas tienen alcaldías más allá del área metropolitana, y son pocas -El Prat, Sant Feliu y Montcada- y perder Barcelona será un antes y un después para los morados catalanes. De ahí que Colau apriete el acelerador y juegue todas sus cartas, incluidos los presupuestos. Si los aprueba se pondrá todas las medallas al estilo de un mariscal de la Unión Soviética. Si no los aprueba repartirá culpas a diestro y siniestro y se situará debajo del altar señalándose como la política que necesita Barcelona. Colau se ha presentado para un tercer mandato. Fue avalada por el suyos. Pero el mandato lo tienen que ratificar los barceloneses. A lo mejor su tercer mandato acaba el 29 de mayo de 2023. Ya sabemos que la alcaldesa no encaja bien las malas noticias.