Acabaron las fiestas de la Mercè. Como el rosario de la aurora y con un muerto por apuñalamiento, pero acabaron. Probablemente, debieron clausurarse antes, cuando apareció el cadáver, pero el Ayuntamiento consideró que no se podía interrumpir el regocijo ciudadano por un triste muerto (y un par de heridos por arma blanca). Lo importante, para los comunes, era que los disturbios de este año habían sido algo más discretos que el anterior y que lo del muerto se había producido más allá del horario festivo, con lo que el Ayuntamiento lo desvinculaba del jolgorio y, más o menos, se lavaba las manos. Fue muy triste ver a los representantes del consistorio insistir tanto en una cuestión de horarios, como si lo importante no fuese tanto el asesinato de un ciudadano como la hora en que se había producido. Se trataba, nunca mejor dicho, de quitarse el muerto de encima, pero se notaba demasiado y sonaba a excusa burocrática.
Según Ada Colau, la fiesta fue un éxito en líneas generales y acabó acusando a quienes la criticaban de difamar a su propia ciudad, concepto que recuerda ligeramente a ese auto odio del que siempre hablan los lazis y que, de hecho, no existe, aunque la patraña funciona a ciertos niveles. Yo diría que nadie en Barcelona tiene el menor interés en difamar a su ciudad. Lo que hay es una crítica a la gestión municipal, que a Ada se le antoja inmejorable, pero a muchos de sus súbditos les parece que deja bastante que desear. Los comunes parecen haber optado por ignorar las evidencias, acusando a quienes las sufren de difamadores que solo aspiran a echarles del consistorio. Por eso no ven la suciedad, el incremento de la delincuencia violenta o las ratas de la plaza de Catalunya, cosas que, según ellos, se inventa la gente para jorobarles y entorpecer su brillante política municipal.
Dejando aparte el muerto, que ya es dejar, lo de los disturbios que siguieron a las festividades también fue de abrigo. Dice Ada que los responsables eran un grupito de alborotadores, pero la policía hablaba de unos 500 energúmenos, lo cual creo que supera la condición de grupito. Da la impresión de que tenemos enquistados en Barcelona a un montón de gente que aprovecha la más mínima para liarla a lo bestia, y que la situación no cambia desde hace muchos años. Se impone una actuación policial que ni el Ayuntamiento ni la Generalitat parecen querer implementar, pese a que va en aumento curso tras curso. El vandalismo, además, es transversal. A los que rompen escaparates o queman contenedores o saquean tiendas les da lo mismo el acto o la celebración de los que se sirven para su insania: un evento procesista, un partido de fútbol, una protesta razonable…No hacen distingos porque de lo que se trata es de romperlo todo agarrándose a cualquier excusa. Y que el Ayuntamiento nos diga que las animaladas de este año no han sido tan potentes como las del anterior suena inevitablemente a relativizar su ineptitud. La gente se resiste a considerar que esos altercados sean normales, pero el Ayuntamiento, si llamas la atención sobre el desastre, te acusa de difamar a tu propia ciudad y se queda tan ancho. Ya sabemos, como dice Albert Batlle, que no vivimos en Beirut ni en el Chicago de Al Capone, pero eso no quiere decir que vivamos en una Arcadia feliz donde reinan la paz y la armonía.
La impresión que tenemos muchos es que cuando una ciudad entra en decadencia, todo se desmorona, empezando por el orden público. Afortunadamente para los comunes, la gente ya tiene suficientes problemas como para alargar excesivamente su indignación sobre asuntos concretos. De hecho, ya casi nadie se acuerda del muerto de la Mercè, con el que deberían haberse cerrado las fiestas patronales, de la misma manera que se clausuran en otros sitios a causa de la lluvia o de los desastres naturales (recientemente, las fiestas de Santa Tecla en Tarragona, sin ir más lejos). Seguir bebiendo y bailando como si aquí no hubiese pasado nada, como si la Mercè estuviera por encima de las desgracias personales, resulta de una frivolidad ofensiva.
Lo importante, para el Ayuntamiento, parece ser que ya han cubierto el expediente festivo y que los comunes pueden tumbarse a la bartola hasta la Mercè del año que viene (si se mantienen en el poder, lo que está por ver). Tienen un año por delante para planificar mejor las cosas y perfeccionar el dispositivo policial, pero la impresión generalizada es que no van a hacer nada al respecto porque están muy ocupados con sus superilles y sus medidas contra el tráfico rodado y porque hay bastantes posibilidades de que se vayan a la calle tras las elecciones de mayo. Ellos piensan a lo grande mientras otros nos indignamos por un muerto que, en el fondo, nos da igual, ya que nos agarramos a cualquier cosa con tal de difamar a la ciudad en que vivimos. Evidentemente, nadie le tiene manía a su ciudad, aunque puede que sí a quienes hacen como que la gestionan. Ada Colau confunde interesadamente Barcelona con ella misma. Nuestras quejas le molestan porque está muy ocupada buscando maneras de eternizarse en el cargo y las encuestas distan mucho de garantizárselo.
¿Próxima actuación de los 500 energúmenos? Puede que en la celebración del 1 de octubre. Pero eso ya será competencia de la Generalitat, así que allá penas…