Que nadie se confunda. La Barcelona incómoda, el debate organizado por el Ayuntamiento el pasado abril, no tenía por objeto tratar del nuevo mobiliario urbano. Fue una conversación sobre «la presencia de los símbolos históricos en el arte monumental de la ciudad», y los presentes salieron con la idea de que la estatua de Colón parecía condenada al almacén municipal, o como mínimo a ser «contextualizada» con una explicación ideológica. A escasos meses del final del mandato, con las trincheras electorales ya impidiendo el paso en muchas calles de la ciudad, no está de más una ojeada rápida a un tema susceptible de reaparecer en el próximo mandato.

Contaba Lévi-Strauss que el antiguo pueblo mexicano de los Totonacs usaba la rueda en unas figuritas de animales para los niños. Con objeto de explicar por qué no desarrollaron vehículos con ruedas para el transporte, el antropólogo recurrió a los juegos de azar, pero que nadie piense mal. Quiero decir que los empleó como ejemplo de que no hay culturas más inventivas que otras. Sencillamente, las culturas que viven aisladas no pueden disfrutar el efecto acumulativo de los jugadores que, sumando sus recursos, se permiten apuestas más altas.

La anunciada contextualización de la estatua colombina estaría en línea, suponemos, con lo que declaró en su momento la presidenta de los comunes en el Parlamento autonómico, Jéssica Albiach: «Lo más importante es ser conscientes de nuestra historia y del pasado racista, colonial e imperial. Los privilegios de hoy tienen un pasado». Sin embargo, como vemos por el efecto acumulativo de la suma de culturas en América, y la consiguiente subida de las apuestas, en forma de avances civilizatorios, la herencia de Colón y los primeros viajeros intercontinentales es mucho más compleja que todo eso. Por tanto, más que un cartel donde solo caben las concisas verdades de un tuit, habría que confiar en la educación. Una educación, aunque parezca demasiado pedir, que muestre el desarrollo de las dos historias, la de aquí y la de allí, que una vez convergieron ya no se entienden por separado, sino profundamente entreveradas una con la otra. Vistas así, forman parte de un proceso general de reducción de la violencia y mejora de las condiciones de vida que, a pesar de los retrocesos y los crímenes, el contacto de las culturas ha acelerado más que diferido.

Ni siquiera quienes apoyan la retirada se han decidido a ejecutarla. Saben que, aunque no le quede mucho tiempo, todavía no es el navegante una víctima tan fácil como las otras que, con más o menos fundamento, se han ido cobrando. Deberían recordar que las leyes de la historia, como las leyes penales, no pueden tener efecto retroactivo. Benedetto Croce dijo que toda historia es contemporánea, pero no en el sentido de que debamos recrear la inquisición del presente en el pasado (y menos al revés), sino de aprender cómo hemos llegado hasta aquí, qué nos vale y qué no. A los únicos que aprovecha la historia es a los vivos. No todas las estatuas se deben enviar al almacén, mutilando la memoria de la ciudad, porque solo en el Irán de los ayatolás piensan que se puede reflexionar por amputación. Por algo son iconoclastas.   

La gesta exploradora de los marinos de aquellos tiempos, a riesgo de sus propias vidas, hizo posible material e intelectualmente la llegada de la Edad Moderna, incluida la Ilustración, pero también el pensamiento de signo utopista cuyos epígonos actuales parecen pensar que el mundo ha nacido con ellos.

El equívoco consiste en creer que esas ideas encarnan hoy la defensa de valores humanistas. No es así. La mezcla de marxismo, teoría crítica (que lo es solo con las ideas ajenas), una pizca de Foucault y estudios culturales no produce más que política identitaria. La misma política que pretende en la actualidad, en América Latina, dividir a la población entre ciudadanos y súbditos de naciones nativas. De esa manera, dejan a las personas de origen indígena en manos de caciques y leyes tradicionales que nunca aceptarían para sí mismos. Después, o antes, les privan de la educación, es decir, del patrimonio acumulado de la humanidad, que también es suyo, con el pretexto de que tienen su propia forma de conocimiento.

No son tales principios, sino precisamente los de la Ilustración, los que han mejorado los índices de bienestar humano en América Latina durante los periodos de apertura económica y política. Esto es lo que cuenta, las buenas ideas, vengan de donde vengan. Lo racista es pensar que por el color de su piel alguien no vaya a poder entenderlas, usarlas o crear otras nuevas a partir de ellas. El verdadero privilegio es negar a los demás lo que uno ya disfruta en casa. El Colón de la estatua barcelonesa apunta en la dirección correcta y sería absurdo castigarlo de cara a la pared, o ponerle un pie de foto y pretender que allí quepa el comentario a las relaciones entre dos continentes durante cinco siglos. Aunque no emprendió su viaje con afán de reinventar la rueda, todas las que hay rodando en América se lo deben a él, incluyendo la del progreso.