Ernest Maragall ganó las últimas municipales. Su deserción del PSC fue impactante y nació el efecto Maragall. Dejó al partido que le dio cobertura durante años y le permitió sus estridencias, su malhumor y sus “maragalladas” -sustancialmente de menos enjundia que las que protagonizaba su hermano- porque ya no le era útil. Porque no se engañen, Maragall es de los de “yo, mi, me, conmigo”. El resto son puras comparsas que se utilizan y desechan a su antojo.

Ganó pero se quedó con un palmo de narices porque su vanidad pudo con él y Miquel Iceta y Jaume Collboni le robaron la cartera moviéndose rápido para evitar que Colau recogiese sus cosillas en una caja de cartón. Manuel Valls fue el colaborador necesario. Las chapas que tuvo que aguantar Iceta en Menorca del otro líder máximo de la burguesía catalana de “diagonal para arriba” cuando visitaba a su madre le sirvieron para algo. El ego, la vanidad y la prepotencia de Maragall hizo el resto. Se coció en su propia salsa.

En estos cuatro años, el efecto Maragall ha sido menguante. De hecho, lo es como lo reflejan las encuestas porque a la pregunta "¿qué ha hecho Maragall en estos años?", la respuesta es nada. Durante la pandemia desapareció y su idea de Barcelona es etérea, de patas cortas y de vuelo gallináceo, porque su idea no existe. Maragall ha estado estos cuatro años viendo pasar el tiempo, como la Puerta de Alcalá en la canción de Ana Belén y Víctor Manuel. Su única actuación memorable es su salida de tono, de enfado, asumiendo que debía votar los presupuestos de Barcelona tras el pacto de los comunes con el presidente Aragonés en los de Catalunya. Sucedió una semana después de que Maragall diera un portazo a Colau. Se la tuvo que tragar, pero la arrogancia, la vanidad, su mal humor, su ego y su prepotencia lo dejaron en evidencia. Un líder republicano me decía hace unos días “no estuvo a la altura. Lo tenía muy fácil. Simplemente debía decir que el interés del país estaba por encima del interés del partido. Y no supo hacerlo”.

No supo porque simplemente no se trataba del interés del partido, porque no se engañen a Maragall el partido se la trae al pairo, le importa un carajo. Llámese el partido ERC o PSC. Su regla de oro es, recuerden, “yo, mí, me, conmigo”. La prueba del algodón es que en estos cuatro años ERC ha desaparecido de Barcelona. Elisenda Alamany ocupó el número dos de la candidatura para robar espacio a los comunes. Un paréntesis, el mismo argumento utilizado ahora para justificar el fichaje de Gemma Ubasart por Aragonés. Y del espacio robado nada de nada, lo digo por Alamany no por Ubasart, porque fue la primera víctima de la política de “tierra quemada” que siempre ha puesto en práctica el señor Maragall, Don Ernest, of course. ¿Díganme cuantos concejales republicanos conocen ustedes de Barcelona? Más allá de Jordi Coronas, que le pone empeño y saca la cabeza a relucir en -contadas- ocasiones, el resto les aseguro que no pasarán a la historia.

Estos hechos, que son opinables, pero son hechos que ponen de los nervios a los que piensan en ERC. Los interrogantes son claros, cuál es el proyecto de ciudad y quién será el encargado/a de llevarlos adelante cuando, por cuestión de naturaleza, Maragall dé un paso al lado. El candidato tiene 80 años y los que quieren que ERC tenga imagen propia en Barcelona piensan no en quién será el número uno -eso lo asumen casi con resignación- sino quién será el número dos. La misma pregunta se les podría hacer a los de Junts, pero a diferencia de Maragall, Trías está viviendo su efecto Trías, aunque harían bien los junteros en consolidar el número dos, porque la naturaleza también incide de lleno en su candidato.

¿Quién será el número dos? No seré yo quién lo descubra. Primero porque no lo sé, y segundo porque poner un nombre en este artículo sería tanto como condenarlo al ostracismo. Lo que sí sé es que el debate en ERC es vivo y está vivo porque algunos piensan no solo en el mañana sino también en el pasado mañana. Y harían bien en pensar rápido porque el “efecto Maragall” se está diluyendo como un azucarillo, y puede diluirse más por tres razones. Una, si Trías se presenta los republicanos sudarán la camiseta para mantenerse en la segunda posición, no ya en primera, sino casi pensando en ser terceros. Dos, los números empiezan a no sumar con los comunes. Tres, porque el PP puede ser clave para decantar la alcaldía ante la desaparición de Ciudadanos y la ausencia en el pleno de la CUP, Valents y Vox. Cuatro, porque Jaume Collboni ha cogido carrerilla. Y cinco, porque Trías ha pedido manos libres para hacer pactos, todo un aviso a navegantes. Para superar esta situación, que no es fácil, la pregunta en ERC es ¿quién es el número dos? La respuesta ha de ser rápida porque la alcaldía no es una cosa que se hereda ni cae como fruta madura, hay que pelearla.