El pasado miércoles coincidieron en Barcelona varios hechos. Por una parte, el distrito de Ciutat Vella retiraba de la calle hasta 21 mesas, con sus correspondientes sillas, que un restaurante había instalado sin licencia alguna. Casi a la misma hora, los vecinos de Enric Granados se manifestaban, hartos de soportar día y noche los ruidos de las terrazas, algunas con una cantidad notable de mesas y sillas por encima de lo declarado. Mientras tanto, un grupo de repartidores distribuía por los buzones un folleto publicitario, plagado de falsedades sobre la limpieza de los distritos. Pasaba eso en el distrito de Les Corts, en ese momento colapsado porque iba a celebrarse algo parecido a un partido de fútbol (jugaba el Barça de Xavi) y muchísimos aficionados acudían en coche. El atasco llenaba la Travessera de Les Corts, la Avenida de Madrid, la Gran Vía de Carlos III (no el de Inglaterra, sino el Borbón) y afectaba a la ronda del Mig y la Diagonal, desde la entrada en Barcelona hasta Numancia. Ocurre siempre que hay partido, pero el consistorio no parece saberlo o no es capaz de remediarlo.
El restaurante al que le retiraron las mesas en Ciutat Vella llevaba meses ocupando el espacio ilegalmente. ¡Meses! El concejal del distrito, Jordi Rabassa, aseguró a los medios que estaba harto de incumplimientos. ¡Pues no está mal lo que ha tardado en hartarse! Seguro que los vecinos se habían hartado mucho antes. Pero claro, los vecinos, salvo cuando votan ¿a quién le importan?
Que un local ocupe ilegalmente la vía pública significa muchas cosas. La primera, que no respeta el espacio público; la segunda, que evita pagar las tasas correspondientes, lo que no deja de ser un tipo de fraude. Aunque, claro, en un país donde Jordi Pujol, que fue presidente de la Generalitat, se confiesa defraudador y David Madí, que fue mano derecha de Artur Mas, es condenado también por fraude, se comprende que el ejemplo cunda. De hecho, el padre del citado Mas también tenía cuentas en Suiza. Comportamientos todos guiados por el patriotismo, ¡faltaría más!
Lo de Enric Granados, como en no pocas calles y plazas de Gràcia, es ya endémico, como los atascos de Les Corts. Pero no hay que desesperar. Un día de estos se hartarán los concejales responsables y decidirán intervenir. Sólo hay que esperar a que eso ocurra.
Mientras tanto, el folleto que incluye una carta de Ada Colau a los vecinos sostiene que todos los que residen en Barcelona la quieren muchísimo porque es una ciudad “para disfrutarla”. ¡Hay que ver las cosas que dice la alcaldesa (o que le hacen decir)! Ahí es nada apuntarse a la moda de hacer la pelota al personal, diciéndole, como un nacionalista cualquiera, que es el más guapo, el más limpio, el más estupendo de la historia y de la historieta. Porque la ciudad está hecha un asco y alguien habrá que deje la porquería donde no debe.
El folleto de marras está escrito, naturalmente, sólo en catalán porque “es la lengua propia del Ayuntamiento de Barcelona”, según un portavoz del consistorio, ya que así lo establece la Carta Municipal. Debe de ser que el castellano es una lengua impropia. La misma fuente añade que quien quiera puede encontrar la comunicación en la web traducida al castellano y al inglés. Aunque, si bien se mira, ¿para qué va nadie a querer consultar una publicidad más bien engañosa?
Lo del uso de un único idioma por parte de las instituciones, que cobran por igual a los que hablan más de uno, empieza a ser atosigante. Todos los barceloneses privados tienen derecho a hablar en la lengua que les plazca, aunque cuando quieren ser atentos (sobre todo si les va el negocio en ello) procuran adaptarse a los clientes. El Ayuntamiento de Barcelona no considera a los barceloneses sus clientes. Ni tiene por qué. De modo que no necesita prestarles atención. Aunque la Carta Municipal diga que “El Ayuntamiento de Barcelona ha de garantizar el uso del castellano” y “promover y promocionar el multilingüismo y la multiculturalidad en el marco mundial”. ¡Ah, sí! En el marco mundial. En casa no hace falta. De todas formas, el artículo que define el catalán como lengua del consistorio remite al Estatuto de Autonomía en vigor que reza: “El catalán es la lengua oficial de Cataluña, también lo es el castellano”. Se ve que los responsables municipales se hartaron de leer antes de llegar a la segunda parte.
La cosa es grave porque se empieza por no hablar a los que no usan el catalán y se acaba por no escucharlos. Y hay quien piensa que ya hace tiempo que se ha llegado a ese punto. y para colmo, desde posturas que, diciéndose de izquierdas, resultan claramente intolerantes y excluyentes.