Los jueces son tan imprevisibles como el mayor Trapero y, al igual que éste, nunca sabes por donde te van a salir. Fijémonos en el caso de Ada Colau: se salió (aparentemente) de rositas ante las acusaciones de nepotismo financiero por sus subvenciones a dedo al observatorio DESC, la PAH y otras asociaciones consagradas a hacer el bien y se las prometía tan felices cuando hete aquí que le han reabierto el caso en el peor momento, cuando Ada, que está siempre en campaña, empieza a redoblar sus esfuerzos por eternizarse en la alcaldía de Barcelona en las próximas elecciones del 2023. Es del dominio público que lo de los comunes es, como la Generalitat lazi, una agencia de colocación para amigos de la casa y son innumerables los novios, novias, maridos, esposas y colegas en general que han encontrado trabajo por mediación de Ada y su pandilla. En cuanto al dinero repartido generosamente entre asociaciones que habían estado dirigidas por Colau o por algún compadre suyo, nunca quedó claro si la cosa cumplía con la legalidad o se decantaba por un nepotismo desacomplejado. Me inclino por lo segundo, y parece que los jueces también tienen sus dudas acerca de la ética de las subvenciones a dedo.

La respuesta de Ada a la nueva situación ha sido la de costumbre. Podríamos definirla como la táctica empleada por Bart Simpson cada vez que lo pillan en un renuncio, una respuesta en tres partes que viene a ser la siguiente: “Yo no he sido. Nadie me vio. No puedes probarlo”. A diferencia de Bart, eso sí, Colau da su respuesta con el habitual tono sobrado propio de la casa y fingiendo una gran indignación ante lo que considera (o hace como que considera) un ataque de the powers that be contra sus actuaciones, propias de Robin Hood. El subtexto siempre es el mismo: “El sistema me tiene manía porque soy la defensora de los débiles frente a los poderosos”. Y una vez encontrada tan fantástica coartada, uno ya puede dedicarse tranquilamente a colocar a los amigos y a regar de dinero las asociaciones que uno mismo se inventó y dirigió hasta que las obligaciones del cargo de alcalde le obligaron a dejar ciertas cosas en manos de secuaces/ testaferros/ personas de confianza.

¿QUIÉN SE BENEFICIA?

Lo que se derive de la reapertura del caso contra Colau coincidirá con la campaña electoral y puede no ser especialmente positiva para la interfecta, pero sí para su socio hasta hace dos días, el socialista Jaume Collboni, cuya principal ocupación de aquí a las elecciones será desengancharse todo lo que pueda de la actividad de los comunes, para que la gente deje de pensar algo evidente: que ha servido de comparsa de Colau durante años sin oponer la necesaria resistencia a muchas de sus ideas de bombero (empezando por las super illes). Si las cosas pintan mal para Colau, Collboni no será el único en alegrarse: el tete Maragall y el yayo Trias también se beneficiarán del hecho de que la justicia se interese por la peculiar manera de hacer de la actual alcaldesa.

La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau / EUROPA PRESS

Y aunque Ada vuelva a salirse de rositas, aunque lo que haya hecho no sea legalmente punible, sí lo es desde el punto de vista de la ética, algo que no suele tener nada que ver con la política, pero que da qué pensar bastante a los ciudadanos a la hora de votar. Por no hablar de lo peor de todo: haber conseguido meter en la cabeza del votante que la mal llamada nueva izquierda puede comportarse de manera tan discutible como la izquierda de toda la vida y la derecha. Los jueces decidirán si las subvenciones a dedo eran lícitas o no, pero éticamente nunca lo han parecido, al igual que las colocaciones también a dedo de tanto compañero sentimental y amigo del alma de los comunes.

De hecho, eso es lo más triste de todo y lo que más daño ha hecho a la izquierda, tanto en Cataluña como en el resto de España: aportar la evidencia de que, a la hora de repartir cargos, chollos y prebendas, los supuestos progresistas pueden ser igual de marrulleros que los del PSOE o el PP. Difícilmente se puede considerar nueva izquierda a una gente que incurre en las mismas irregularidades morales que los políticos de toda la vida.