En los supermercados ya había turrones en octubre y en los chinos, papanoeles. La fiesta a la vez más bonita, más cara y más hortera del año se prepara con antelación. Para acompañarla, la Junta Constructora del Templo Expiatorio de la Sagrada Familia ya nos regaló una estrellita para el árbol de Navidad, que se inauguró el 8 de diciembre pasado. Como no hay mona de Pascua que se precie sin pollitos, este año sumaremos a la estrellita dos evangelistas alados, de los cuatro que rodearán la torre central, que creo recordar que se presentarán en sociedad el 16 de diciembre. El conjunto debe cada vez menos a Gaudí y más a Disneylandia y pronto sólo le faltará el baño de chocolate para ser la auténtica Gran Mona de Pascua de Barcelona.

Pero mientras nos dejamos arrastrar por las horteradas propias o importadas, con alegría, por qué no, un desastre se nos están colando por la puerta de detrás. Un desastre que, como la amenaza de culminar las obras de la Sagrada Familia, viene anunciándose desde hace tiempo, aunque aquéllos que lo anuncian sufren la maldición de Casandra. En otras palabras, nadie nos hace caso cuando avisamos.

Una vez más, las cifras están ahí para mostrarlo y hoy ya podemos comparar los gastos sociales de 2019 con los de 2021. No descubrimos nada nuevo, sólo confirmamos una vez más lo que viene sucediendo con nuestra aquiescencia desde 2010: la sistemática y continuada destrucción del Estado del Bienestar en Cataluña. Porque, una vez más, como en todos estos años, nuestra Comunidad Autónoma sigue en el furgón de cola en políticas sociales, educación y sanidad.

Hablamos de tanto por ciento del presupuesto y estamos en la cola. Pero en números absolutos, en euros por habitante, también. En España, sale a 2.774 euros por habitante; en Cataluña, a 2.423 euros. Somos la segunda por la cola, porque está Madrid. Pero, ojo, que nosotros llevamos en la cola muchos más años que Madrid y Ayuso no hace más que imitarnos intentando quemar etapas.

Esto no es de recibo. En primer lugar, porque somos una comunidad próspera y tenemos dinero de sobras para invertir en políticas sociales. En segundo lugar, porque esa prosperidad se asienta sobre una desigualdad social que aumenta cada día que pasa. La función del Estado es tanto amparar a quien lo necesita como hacer efectiva una igualdad de oportunidades y derechos, y esa función, en Cataluña, no se está cumpliendo… o quizá, lisa y llanamente, no se quiere cumplir, porque quien manda está a otras cosas.

En sanidad pública, somos los penúltimos, pues empleamos unos 1.246 euros por habitante en 2021, cuando la media española fue de 1.478 euros por habitante. Es MENOS dinero que antes de la pandemia, en 2019, y empleo las mayúsculas para que se vea claro. Añadiré que es tanto, o tan poco, como en 2010… sin considerar la inflación.

En pocas palabras, la pandemia no ha servido para nada. Parece que no seamos conscientes del descalabro del sistema sanitario público, de las listas de espera, de la saturación de los CAP, de la falta de personal sanitario, de las malas condiciones de trabajo de este personal, etcétera. Salimos a aplaudir a los balcones, qué bonito, pero luego… Es que, insisto, gastamos menos en sanidad pública en 2021 que antes de la pandemia. ¿En qué cabeza cabe semejante barbaridad?

En educación, lo mismo: los segundos por la cola, con 868 euros por habitante contra la media española, que es de 963 euros por habitante. En políticas sociales seguimos por debajo de la media española. Es que no sé qué más necesitan para ver que esto no debería de ser así.

En conjunto, empleamos menos dinero en gastos sociales en 2021 que en 2019 (más concretamente, un 5,6 % menos) y seguimos luchando para permanecer en los últimos puestos de la lista en un contexto de crisis, inflación y precariedad, con los sistemas públicos muy perjudicados por esta sistemática destrucción del Estado del Bienestar.

Visto el actual panorama político, no creo que vaya a cambiar nada de esto de modo apreciable ni hoy ni mañana ni en unos años. Así que sólo nos quedan los Reyes Magos, mira por dónde. Ojalá en vez de estrellitas y angelitos para la Gran Mona de Pascua nos traigan una clase política consciente de cuál es su trabajo, porque serán necesarios muchos años y esfuerzos para arreglar este desaguisado. Pero por el momento, como dicen en catalán, esto es soñar tortillas.