La polémica preelectoral está servida. Todos los partidos agitan sus mensajes y avivan las polémicas. Una de ellas, que seguro que será leif motiv, durante estos meses es la corresponsabilidad en las tareas de gobierno. Por un lado, el PSC, socio de los Comunes, y por otro, ERC, que aunque en la oposición ha abrazado las políticas de Colau en más de una ocasión, bailando el agua a la alcaldesa de la ciudad. El debate, sin duda, es interesado, e interesante, para el resto de la oposición, que señalará con el dedo acusador, sobre todo al PSC.
Estos cuatro años hemos tenido una cierta estabilidad gracias a los socialistas. Y, en diferentes ocasiones, el debate en el PSC se ha agitado valorando la posibilidad de seguir en el ejecutivo. Collboni ha sido fiel, y coherente, a sus pactos, no como Colau que en la anterior legislatura aprovechó una excusa para echar a los socialistas del ejecutivo municipal. Sin embargo, los que señalan a Collboni como cómplice saben que menos mal que el líder del PSC ha marcado su impronta en el gobierno municipal y ha evitado más de una sandez, y se ha desmarcado de otras muchas.
Lo ha hecho en un tono leal. Ha evitado en todo momento ser protagonista permanente de broncas y trifulcas, como ha hecho Podemos en el ámbito estatal. Ha dicho y defendido lo que ha considerado conveniente pero evitando la ruptura. ¿Esto le hace cómplice? No, así de rotundo. Algunos olvidan que el régimen municipalista es básicamente presidencialista y las competencias del alcalde están muy por encima de las del presidente de la Generalitat o del Gobierno. El alcalde tiene voto de calidad y seguirá en su puesto si no se le presenta una moción de censura, y en Barcelona esa posibilidad era simplemente imposible.
Collboni se ha desmarcado en multitud de ocasiones, pero lo ha hecho en el marco de unos acuerdos de legislatura que no están para utilizarlos como los kleenex. Al contrario, deben cumplirse para garantizar la honestidad de la gestión. Ha puesto pie en pared en la elaboración de los presupuestos, ha sido el cordón umbilical en la política económica y la relación con el empresariado -de la que Colau se ha inhibido-, ha defendido posturas diferentes en materia de seguridad, recogida de basuras o urbanismo, la municipalización del agua, cementerios, la energética fantasma, pero no ha roto el gobierno. Lo podría haber hecho hace unos meses y entonces se le hubiera acusado de oportunismo.
Vivimos un momento en el que se te acusa de una cosa y de su contraria. Si se hubiera ido le hubieran calificado de irresponsable. Si se queda también, y además se le señala como corresponsable de las políticas municipales. Lo es evidentemente pero intentar decir que Colau y Collboni es lo mismo es tanto como equiparar a Pedro Sánchez con Pablo Iglesias. Servirá como puñalada trapera, pero es simplemente una boutade.
Otra cosa es Ernest Maragall porque ha sido líder de una oposición inexistente en cuatro años. ERC ha sido el gran convidado de piedra y sus posiciones en los grandes temas han pasado desapercibidos o, simplemente, no han existido. Ahora quiere presentarse para ser una opción de futuro. ¿En serio? La ausencia de debate, o mejor dicho, el debate soterrado en el seno de los republicanos sobre la candidatura, es la prueba del algodón de que Maragall no es su mejor opción de futuro, y se trabaja para construir ese futuro que con el candidato es finito.
Es Maragall más parecido a Colau que Collboni. Maragall y Colau son ya el pasado. De hecho, Trias también es futuro porque se presenta con ganas de revancha personal y política. Y Collboni, además de futuro, es ilusión de futuro. Un ingrediente del que los otros candidatos carecen por mucho que le quieran poner la zancadilla.