Las supermanzanas no reducen el tráfico en la ciudad: simplemente lo desvían. Al menos eso creen personas tan destacadas y conocedoras de Barcelona como Josep Antoni Acebillo, ex responsable del urbanismo barcelonés; Ramon García-Bragado, que fue teniente de alcalde, y Àngela Vinent, jefa de prensa en una de las etapas socialistas. Participaron los tres en una mesa redonda organizada bajo el lema Defender el Eixample, en el Cercle d’Economia, con el apoyo de la revista Política&prosa. Durante el diálogo con el público se sumó a ellos el arquitecto Oriol Clos quien, además de lamentar obras que transforman Consell de Cent, denunció el silencio que han mantenido al respecto entidades que debieran tener presencia en los debates públicos como las universidades, el Col.legi d’Arquitectes y el FAD.

Hubo un punto de coincidencia: el ayuntamiento tiene la obligación de reducir la contaminación y el ruido que produce el tráfico, nocivos para la ciudadanía. Ahora bien, debe perseguir ese objetivo en toda la ciudad, no en una sola calle.

Las discrepancias hacían referencia al porvenir. Clos sostuvo que la cosa irá a peor porque las obras no se han paralizado, pero Acebillo expresó su convencimiento de que alguien, un futuro alcalde o alcaldesa, enmendará el “despropósito” y recuperará la organización de calles homogéneas diseñada por Cerdà. Al percibir suspiros escépticos en la sala, Acebillo subió el tono: “Si no podemos arreglar lo que está mal, no votaremos”. García-Bragado, más optimista, recordó que siempre cabe votar a quien proponga revertir la situación.

El lector conoce ya el contenido de la charla por la crónica de ayer mismo que firmaba Manel Manchón, quien, siguiendo las normas, explicó el contenido de las intervenciones y el clima mayoritariamente favorable que las acogió. Se diría que en Barcelona sólo el gobierno municipal simpatiza con una transformación que, como señaló García-Bragado, ha sido hecha de forma que evitara la participación ciudadana. Estaba en contra hasta la exdiputada del PSC, Anna Balletbó, quien intervino en el turno de preguntas sin hacer ninguna. Parecía una émula de Lambán y García Page (aunque sin su peso), discrepando del PSC que, como recordó Oriol Clos, apoyó la iniciativa de los comunes.

Lo novedoso eran los argumentos. García-Bragado recordó un hecho: el mismo día que el proyecto fue sometido a información pública, apareció ya en el boletín de la UE el anuncio de la licitación de las obras. Como si se diera por descontado que las aportaciones de la ciudadanía iban a ser irrelevantes. Sin embargo, se trata, insistió, de una modificación encubierta del Plan General Metropolitano porque transforma los usos y funciones asignados a la calle Consell de Cent. Al no tramitar las obras como modificación del PGM, el consistorio dejó de dar datos más que relevantes para valorar la oportunidad de la reforma: número de edificios afectados; habitantes en esa zona; cantidad de comercios existentes; cifra de actividades económicas no comerciales; aparcamientos, volumen del tráfico real en la calle e impacto sobre las vías cercanas.

El razonamiento de Acebillo, sugiriendo que si el voto es inútil, mejor abstenerse, tiene especial relevancia cuando lo formula alguien con una vida dedicada a organizar y mejorar la colectividad y la convivencia. En las últimas semanas varios sociólogos y teóricos de la política han señalado que la posibilidad de futuros gobiernos de izquierdas, tanto en el Ejecutivo central como en los ayuntamientos, cuya renovación está más próxima, está especialmente amenazada por la abstención de sus votantes tradicionales. No se van a la derecha porque para eso hay que ser un adepto o tener grandes tragaderas, pero se quedan en casa. Y es que Acebillo tiene razón: si no se pueden cambiar las cosas, ¿para qué perder el tiempo en una mañana de primavera? Hace ya demasiado tiempo que la izquierda en su conjunto parece haber olvidado las propuestas positivas de transformación, fiando la fidelidad de voto al repetido “que viene el lobo de las derechas”. Aunque hay que reconocer que los aullidos de la manada se oyen cada vez más cerca.

La cosa se ha puesto tan grotesca que en Barcelona hay un candidato firme (Xavier Trias) y otro hipotético (Sandro Rosell) que se han permitido decir que si no ganan se irán a casa. Como si ni ellos mismos creyeran que hay que respetar la voluntad de las urnas. Y mucho menos su veredicto. Salvo que ganen. Lo mismito que hacen los lobeznos del PP.