Con cada nuevo año que se avecina, nacen, crecen, se reproducen y mueren tantos y tantos buenos propósitos basados en hechos no-reales

Porque resulta que todo aquello que nos proponemos, cada una de nuestras estupendas intenciones, acaban por tener los pies de barro, castillo de naipes que se deshace como helado sobre el desierto. Y es que tenemos que empezar a aprender, de una vez por todas, a soñar con los ojos abiertos, a ilusionarnos por cambios reales y posibles, tangibles, tanto a nivel individual como colectivo. No podemos seguir haciéndonos trampas al solitario. La hoja de ruta que ahora tracemos para afrontar el 2023 tiene que estar repleta de realidades, con el objetivo de llegar a obtener resultados concretos, empíricamente incontestables. Sino acabaremos echándonos en brazos de la más lacerante frustración.

Porque cada una de esas buenas intenciones que todos nos hacemos en estos días de diciembre, ese idealismo de bolsillo (de estar por casa) acaba resultando bastante peligroso, y tiende a ser poco productivo. Basemos nuestras ilusiones, nuestras intenciones para este nuevo año, todo eso de que vamos a ser mejores, eso de que vamos a cambiar, fundamentemos todos esos escenarios de futuro en un cierto realismo posibilista. Vamos a ser razonablemente pragmáticos, científicos, cartesianos.

Porque es que resulta que no somos aquello que decimos que queremos ser, sino simplemente aquello que acabamos haciendo. Somos lo que hacemos. Y es que la realidad siempre acaba por imponerse y gana la partida de los días. Cada nuevo año que se acerca parece que nos invita a intentar ser un poco mejores. Nos decimos a nosotros mismos (monólogo interior) y les contamos a los demás (monólogo exterior) que iremos más al gimnasio, que sí o sí este año vamos a aprender inglés, que dejaremos de fumar, adelgazaremos, o no nos cabrearemos tan a menudo con el prójimo.

Lo cierto es que este 2022 que ya dejamos atrás ha sido un tiempo francamente difícil. Guerras, crisis, inflaciones, incertidumbres… En estos nuevos 365 días que se despliegan ante nosotros podemos tratar de ser solidarios con las mujeres, los niños y los hombres que todavía están sufriendo las devastaciones cotidianas que genera la guerra de Ucrania. Y el tema ecológico también va a seguir siendo un enorme reto. Hemos sido testigos impotentes de muchos fórums internacionales y pesebres grandilocuentes que no han desembocado en nada sólido, en ningún paso significativo hacia adelante.

En este todavía virgen y flamante 2023 van a ocurrir unas cuantas cosas buenas… Vamos a celebrar los 50 años de la muerte de Picasso y los 40 de Miró, celebración dos-en-uno que se materializará en una gran exposición conjunta que después viajará al Museo Picasso de París. También viviremos los 100 años de Antoni Tàpies o, ni más ni menos que los 100 años de la visita de Einstein a nuestra ciudad. Vamos a intentar ser realistas en este nuevo año que ya está aquí, en nuestro día a día, a la par que invitamos encarecidamente a la clase política y dirigente de la ciudad (y del país) a practicar el noble arte de prometer lo que es factible acabar cumpliendo.

Pues venga, a soñar con los ojos abiertos, tratando de trazar hojas de ruta basadas en hechos reales. Para que el tortazo tan solo sea de merengue.

¡A por el 2023 que ya nos reclama!