La política municipal está más que revuelta. La próxima convocatoria electoral y el alud de encuestas están provocando un maremoto en más de una formación. Sobre todo las que llegan renqueantes a la etapa final. La semana pasada empezó con desasosiego en las filas de ERC. Todas las encuestas apuntan a que Maragall está cayendo en picado pero la publicada por La Vanguardia dio la puntilla al partido que gobierna la Generalitat con más sombras que luces. De momento, el proyecto estrella, los presupuestos, sigue estrellado y el PSC no da su brazo a torcer por mucho que chillen y protesten los republicanos. Rápidamente, Maragall sacó a relucir el complot judeomasónico internacional en contra de su formación. De autocrítica nada, debe ser una palabra que no existe en el vocabulario del “sobrao” Ernest Maragall.
Los socialistas que siguen pugnando por la victoria ya no guardan las formas. Collboni ha dado un puñetazo sobre la mesa y ha dejado a Colau en la estacada en el Plan de Usos del Eixample, poniéndose al lado de comerciantes y restauradores en defensa del tejido de pequeñas y medianas empresas que son un pulmón económico y laboral de la ciudad que Colau desdeña. Compuesta y sin novio se quedó la alcaldesa que pretende reducir el comercio de proximidad y la restauración, un sector intrínsecamente ligado a la forma de vivir de Barcelona. Las cosas no van nada bien para Colau que con su plan de illas en el Eixample está llevando al despeñadero a los vecinos que viven alquilados en los pisos que se quedarán en las calles peatonales. Serán, son, las primeras víctimas de la gentrificación porque los contratos no se renuevan porque los propietarios auguran buen negocio cuando acaben las infumables obras.
A Colau las encuestas tampoco le van a favor. Que el 70% de los ciudadanos quieran un cambio en la alcaldía de la ciudad quiere decir mucho. El cúmulo de despropósitos es una lista sin fin. La cosa debe estar tan fea que dos concejales más, Eloi Badia y Laura Pérez, tiran la toalla y no se presentarán a las elecciones. Badia ha sido el concejal más ideologizado y el que más fiascos ha cosechado. Ya intentó burlar la ley presentándose a unas oposiciones para garantizarse un puesto de trabajo. Su jugada ya hacía prever que o no quería presentarse por motivos familiares, o los Comunes le han puesto la proa. Su gestión ha sido nefasta. Desde sus veleidades con el agua que han sido un fiasco porque han cerrado las inversiones en la ciudad, con la energía creando una empresa que su mejor calificativo es fantasma y que de utilizar energía verde nada de nada, hasta sus fiascos más sonoros como la recogida de basuras en Sant Andreu o el escándalo de los cementerios. Por si fuera poco hizo un Lerroux y lo pillaron con el carrito del helado llegando a un mitin en bicicleta, pero haciendo gran parte del trayecto en coche oficial.
Sea como fuere Badia no seguirá. Tanta paz lleve como descanso deja a la mayoría de ciudadanos de la ciudad. Su forma de hacer política desde la poltrona y de forma déspota será un alivio para muchos, menos para Colau que ve como abandonan el barco dos concejales más. De su equipo inicial hace ocho años la desbandada es más que notoria.
La alcaldesa debe estar reflexionando como afronta estos cuatro meses. De momento, su talismán, el pacto con ERC, se cae como un castillo de naipes. Ni siquiera con la CUP llega a darse un respiro. Ahora debe confeccionar una lista nueva. Igual que Maragall porque ERC debe deshojar la margarita de quién quiere colocar como su relevo para las próximas elecciones y, si me apuran, para el día siguiente de las elecciones. Para ese día, haría bien el hermanísimo en recoger todas sus cosas. Colau seguro que ese mismo día seguirá haciendo carantoñas a Yolanda Díaz para ir en las listas de las generales a las que se presentará con un palmarés de lujo: perder las elecciones de Barcelona. Quizá en esa lista vuelva a aparecer un tal Badia.