Los partidos políticos han quedado muy desacreditados. Son vistos como máquinas de poder, que administran cuadros dirigentes con la vista puesta en los puestos de gobierno que podrán conseguir. Ya no tienen la fuerza de hace unos años y han perdido aquella legitimidad que les dio la propia arquitectura constitucional. ¿Hay debate ideológico, propuestas concretas que surgen después de contrastarlas con las entidades cívicas y sociales? Hay algunas iniciativas, sí, pero pequeñas, con poca ambición. En el caso de los socialistas eso se ha evidenciado de forma clara con el liderazgo de Pedro Sánchez. El PSOE tiene una vida propia escasa. Todo está condicionado a lo que el propio Sánchez decida, junto a un grupo de dirigentes que forman parte del Ejecutivo. Y en el PSC las cosas son algo más complejas, pero no muy distantes, como se constata con el caso Collboni.
El primer teniente de alcalde del Ayuntamiento de Barcelona ha manejado una agenda económica de primer nivel en el consistorio. Ha sido el único interlocutor con inversores, patronales, empresarios y emprendedores. Ha buscado una reactivación económica en la ciudad, cuando, tras la pandemia del Covid, la percepción que se había instalado era de depresión y el desaliento. Siempre con la comparación con Madrid –que se fue hace tiempo, como apuntó en su momento Pasqual Maragall— Barcelona ha encontrado, de nuevo, un camino de progreso y de crecimiento. Pero, como apuntaba un alto cargo socialista, los inversores “no votan”. Es decir, que esa labor de gobierno, necesaria, precisa, debe tener un complemento para que incida en la sociedad. Y eso no lo ha tenido Jaume Collboni, que ahora, a cuatro meses de las elecciones, ha decidido salir del gobierno municipal.
El trabajo institucional es bonito, agradable, y hay que abordarlo con la mayor profesionalidad posible. Pero ese mismo cargo institucional sabe que para llegar a esa situación hay que ganar elecciones. Y las elecciones se ganan con un trabajo constante en la calle, con la sociedad, con el contraste de opiniones y valoraciones y con el choque verbal necesario con los adversarios políticos, que pueden ser –y lo son— los mismos con los que se puede co-gobernar una ciudad.
Es un debate que, principalmente en la izquierda, ha sido muy frecuente en las últimas décadas, en Europa y en Estados Unidos. Está muy bien pensar que se tiene la verdad, pero para implementar un determinado ideario o programa político hay que traducir esa verdad en votos. La izquierda ha sido experta en vender verdades y permanecer en la oposición. Hay muchos casos. Uno de ellos, para no centrarnos en lo local, lo tenemos en el Reino Unido. Los laboristas son grandes expertos en vanagloriarse en sus programas políticos, pero fuera del gobierno.
¿Qué ha pasado, entonces? El PSC de Barcelona ha estado ausente del combate intelectual, pensando que era suficiente con gobernar en el consistorio. Y el modelo de los comunes de Ada Colau nada tiene que ver con los socialistas, que han dado el sello a lo que es hoy Barcelona, con políticas basadas en la colaboración público-privada, en un urbanismo modélico –hasta el último detalle era igual en Sarrià que en Sant Martí para evidenciar que la ciudad era de todos— y en una convivencia inclusiva, sin sectarismos.
Nadie ha ‘mordido’ a los comunes desde el ámbito del partido en el PSC. Y Jaume Collboni, como primer teniente de alcalde, lo tenía mal para encararse con Colau o con Janet Sanz, o con Eloi Badia cuando gobierna con todos ellos el día a día. Podía haberse desmarcado con mayor contundencia en algunos momentos, sí, pero, ¿es ese el papel de alguien que está en la sala de máquinas de un gobierno municipal de coalición?
Ahora Collboni estará libre de ataduras para protagonizar una campaña electoral en la que se lo juega todo. Pero es vital también para el PSC y para el PSOE de Pedro Sánchez. Morderá Collboni ahora, pero él sabe que ha fallado también su partido. Tal vez no era esa la misión del PSC de Barcelona, porque ya no es la misión de ningún partido, que han perdido mucho peso. Administran cargos, pero no ofrecen munición ideológica ni combaten. Esto es ya otra cosa.