Es curioso que el Ayuntamiento de Barcelona, que tiene a gala representar a una ciudad moderna incardinada en los movimientos más vanguardistas del mundo, vaya a renovarse el 28 de mayo con candidaturas donde políticos mayores, ancianos en algunos casos, tienen tanto peso.
No se trata de descalificar a nadie por su edad. De hecho, un septuagenario puede ser un gran alcalde, un trabajo al que no es imprescindible dedicar 14 horas diarias.
Lo que evidencian las biografías de dos de los cuatro candidatos con opciones reales, Ernest Maragall (80) y Xavier Trias (76) –además de Lluís Rabell (69), que irá en los primeros puestos de la del PSC-- es que las nuevas generaciones que pretenden arrinconar las viejas políticas se ven forzadas a recurrir a los viejos políticos.
Y eso ocurre porque los partidos saben que su marca carece de atractivo para los nuevos votantes. El caso de JxCat es de una claridad meridiana: en el acto de presentación del candidato del lunes pasado las siglas neoconvergentes ni aparecieron, basando todo el peso de la lista electoral en quien la encabezará.
Algo parecido sucede con ERC, que mantiene como alcaldable a un hombre con experiencia en el propio consistorio adquirida en equipos de gobierno socialistas. Los republicanos no han administrado grandes consistorios, tampoco Barcelona.
El PSC también ha optado por sumar a su proyecto a un hombre que viene del PSUC y de CCOO, con una dilatada trayectoria aunque sin experiencia de gestión. Rabell representa una izquierda madura y tranquila que abraza la socialdemocracia defensora de una Barcelona industrializada en absoluto antiempresa, alguien que quizá podría conectar con los desencantados del radicalismo pueril podemita.
Quizás es la hora de los abuelos, dicho sea con todo el respeto. No hay que olvidar que Manuela Carmena llegó a la alcaldía de Madrid con 71 años, y que hizo una buena labor. O que Francisco de la Torre, que ahora tiene 80, lleva 23 al frente de la pujante Málaga, en la que se miran con envidia todas las capitales de provincia.