Xavier Trías se puso de largo esta semana pasada con el Auditori lleno de gom a gom. En primera fila las viejas glorias de Convergència. Desde Artur Mas a Jordi Pujol junto a los consellers que no se querían ir del Govern. La vieja Convergencia con todo lo que representa -corrupción y deixes incluidas- cerraba filas con su candidato. El ex alcalde se vistió con sus mejores galas “para echar a Colau” el leitmotiv de su campaña. Se presentó como un hombre sin ataduras y con alternativas para la ciudad.
Pero también estaba presente la cúpula de Junts per Catalunya encabezados por Jordi Turull y Laura Borràs en un remake de lo que nos espera. Si gana Trías no duden que allí estará Laura Borràs repartiendo besos y abrazos como hizo en la cena en la que Trías anunció su candidatura, porque Trías esconde el partido por el que se presenta, Junts per Catalunya. Se presentó como un señor de Barcelona, cuando la cruda realidad es que es un señor de Waterloo. Se presentó como un candidato de futuro cuando es un candidato del pasado que si no gana se retirará a sus aposentos, Trías dixit, porque la edad no perdona.
El Auditori fue el escenario elegido para una perfomance en toda regla. Trías se presenta a modo de venganza por las paladas de “mierda” que le lanzaron en 2015 y que le apartaron de la política. Está en su derecho reivindicarse porque el ex alcalde tiene su corazón. Pero, también se presenta para salvar a su partido, a Junts que no Convergència. O dudan de que Puigdemont no meterá la cuchara para reivindicar una victoria de Trías como su victoria. De hecho, el señor de Waterloo solo le pide una cosa a Trías: que gane Barcelona.
La victoria de Trías, todavía supuesta, es el pegamento para un partido desnortado, con pugnas cainitas por doquier, y que está en las raspas en el Área Metropolitana. Trías es el pegamento de Junts y el trampolín para aquellos que rechazan el diálogo y añoran el enfrentamiento porque aunque Trías quiere vestir a la mona de seda, pero sintiéndolo mucho mona se queda. El candidato a alcalde no acudió a arropar a Laura Borrás al inicio de su juicio, aunque muchos de los que allí estaban le votarán religiosamente porque es el candidato de Junts. En los juzgados nadie lo esperaba, quizás porque no cree que el caso Borràs sea un asunto de persecución política sino más bien de persecución contra las malas prácticas y la corrupción, como tampoco se le esperaba en la manifestación que trató de emborronar la cumbre hispanofrancesa y se quedó en un quiero y no puedo. Marca distancias y hace críticas veladas a lo que considera errores -salir del Govern por ejemplo- pero se protege con las siglas de Junts. En Román Paladino, si lidera la lista de Junts, se deja arropar por los dirigentes de Junts, es que es de Junts por mucho que reivindique la vieja Convergència y la moderación, porque Junts si de algo tiene falta es de moderación.
Dice el ex alcalde que tiene ilusión de futuro. También lo dice Ernest Maragall, pero la vida es la vida y son candidatos del pasado y con poco futuro. Barcelona necesita recuperar el impulso que tenía antes del doble cuatrienio negro de Colau, que tras su gestión es la reina del pasado. Ni Maragall ni Trías pueden hacer un programa sostenido en el tiempo, porque no tienen tiempo. Y a Colau el tiempo se le ha acabado no porque ella no lo tenga, no lo tiene Barcelona. Si Trías se va quién nos dice que no aparecerá una Borràs como sustituta porque Trías puede sacar pecho ante su partido porque no hay nadie más que pueda salvar los muebles de un Junts que no tiene ni oficio ni beneficio. Pero, sin Trías la situación da un giro de guion de caminos inescrutables. Porque Trías es un señor de Barcelona, pero dependiente de Waterloo por mucho que se afane en poner cortinas de humo.