La gala de los Goya ha dado lugar a una nueva demostración de victimismo desde los sectores más integristas del nacionalismo catalán que han querido ver en el fracaso de Alcarràs una catalanofobia que alimenta sus complejos y envenena a una parte de los ciudadanos presentando lo español como enemigo de lo catalán.

Que la Academia del Cine proponga una película para representar a la industria española en Hollywood y luego no le conceda ninguno de sus 28 premios anuales no solo es sorprendente sino contradictorio. A pesar de que entre el estreno de Alcarràs, en abril del 2022, y la entrega de los Goya hubo grandes estrenos, entre ellos algunos muy potentes, es incomprensible que se quedara sin una sola distinción. O los académicos se equivocaron al enviarla como candidata a los Oscar o se han equivocado ahora al dejarla a cero. Tampoco es descartable que ambas decisiones hayan sido erróneas, claro.

Pero de lo que no cabe la menor duda es que el idioma en que se rodó la cinta, el origen de la directora o de los productores son ajenos a la suerte que corrió en el reparto de galardones. La gran triunfadora de la noche, As bestas, está filmada en gallego, castellano y francés. Estiu 1993, de la misma Carla Simón, obtuvo el Goya a la mejor directora novel hace cinco años y Pa negre, de Agustí Villaronga, consiguió nueve galardones en la edición de 2011.

Loreak, representante del cine español en los Oscar de 2015, tampoco había conseguido ningún Goya, como le ocurrió a 15 años y un día en 2013 o a El baile de la victoria (2009) y a Tacones lejanos (1991). Es poco razonable, pero no inédito.

Quienes han intentado ponerse la venda en una herida que no existe han tenido que dar marcha atrás al quedar en evidencia. Algo ha cambiado en Cataluña, porque ese discurso ya no cuela.

Tono Falguera, productor de Alcarràs y de Suro, daba el martes un dato muy revelador: el día del estreno de la segunda de ellas, también rodada en catalán, había tenido más espectadores en Madrid que en Barcelona. O sea, que el argumento de la catalanofobia ya no engaña, al menos en el cine.