Barcelona, 2010. Josep Maria Espinàs escribe en catalán: “Los que han ejercido la violencia contra establecimientos comerciales, material urbano y contra personas son calificados como antisistema. Es una de las definiciones o calificaciones más lamentable y más inexactas que podrían haberse inventado. Intentar justificar la agresividad destructiva de una cuantas personas con la etiqueta antisistema es sencillamente hacer trampas. Que se pueda presentar como un antisistema por el hecho de romper cristales, incendiar contenedores y forzar la libertad de los que no quieren hacer huelga es una justificación que no puede ser admitida”. Añadía: "¿Alguien ha preguntado a estos antisistema por que otro sistema sustituirían el que no encuentran aceptable?” Y alertaba sobre: “El peligro de convertir todo lo que es antisistema en una marca que curiosamente el mismo sistema acaba acreditando”.
Barcelona, 2023. El maestro de maestros del periodismo ha muerto y nadie ha rectificado, corregido o cambiado el palabro que mal define a Ada Colau y a sus cuadrillas de asalto antidemocráticas. Al contrario. “Incapaces de dibujar un proyecto de ciudad, incapaces de definir cómo la quieren (hasta la fecha sólo hemos conocido lo que detestan)… Buena parte de las decisiones de los gobernantes municipales se han centrado en destruir la dinámica acumulada y, en consecuencia, han paralizado cualquier tipo de avance”, ratifica Xavier Salvador. Destruir es la misión de los mal llamados antisistema, y a fe que lo consiguen constantemente. Ni un día sin destrozar algo que funcione o pueda funcionar bien es su consigna. Y, bajo la égida de la déspota Colau, que antepone sus caprichos ideológicos y desprecia las malas consecuencias, Barcelona no hace más que perder prestigio, atractivos, empresas, calidad de vida, espacios libres de contaminación, monumentos y lugares limpios, tranquilidad y seguridad, alegrías e ilusiones. Porque la falta de gestión, de sentido de institución y la presencia de tanto inepto incrustado en el Ayuntamiento acaban con cualquier esperanza, entristecen y empujan a la ciudad y a la ciudadanía a una depresión sistémica.
París, 1867. El escritor satírico Maurice Joly escribe su Arte de medrar: manual del trepador. Y dice: “Se cree que el mérito es el medio más seguro para ascender. Se cree que hace falta capacidad para ocupar cargos. Se cree que existen teorías filosóficas o sociales nuevas. Se cree que los que piden reformas las desean. Se cree que los hombres públicos tienen fe en lo que dicen desde la tribuna… Preguntémonos qué sería del orden social si esas vulgaridades no estuvieran en circulación.” Tantos años después, un vistazo a los gobernantes de Barcelona parece que vivan y revivan en los tiempos de Joly y sus consideraciones sobre las formas de manipular a las masas. Igual que Colau cuando usa el Ayuntamiento como cuartel general de propaganda de sus antisistema de boquilla y pacotilla. Falsos demócratas que se acercan a su amargado y desastroso final. Por eso ahora, como contra todo fascismo, hay que ir con más cuidado con ellos, contrarrestar más sus movimientos y proteger más las libertades individuales y colectivas. Porque a cuanto más miedo tengan a perderlo todo, más odio. Que es lo que define a los antisistema.