En 2026 hará cien años que un tranvía se cruzó en la vida de Gaudí. Justo antes de la pandemia, se creía que el Templo Expiatorio de la Sagrada Familia se terminaría justo a tiempo para coincidir con el centenario, pero ahora mismo el asunto no está tan claro. La llamada Junta Constructora amenaza con haber terminado las cuatro torres de los evangelistas y la gran torre central, la de Jesús, para entonces, pero, claro, pasan callando callandito por el asunto de la fachada de la Gloria.
Ahora mismo, la fachada de la Gloria ya ha invadido medio metro de la calzada de la calle Mallorca, y eso que apenas apunta maneras. De construirse, se precipitaría sobre la calle, invadiéndola y cortándola. Si añadimos una escalinata monumental y una plaza delante, nos comemos varios bloques de viviendas. Ni la Junta Constructora ni el Ayuntamiento de Barcelona ni nadie ha hecho público qué pretende hacer, cómo o cuándo, porque es un tema peliagudo, de los que traerá cola. El cuerpo pide a la Junta Constructora arrasar con todos los edificios que hay entre las calles Sardenya y Marina hasta plantarse en la calle Aragó para que pueda verse la Sagrada Familia en perspectiva y con todo su esplendor.
Sin embargo, eso implicaría echar a 3.000 personas de su casa, de su hogar. Otras opciones menos agresivas, como una plaza que no fuera más allá de la calle Valencia, o abrir una rambla hasta Aragó en vez de una esplanada, etc., afectarían igualmente a centenares de personas, a miles en algún caso. No es ninguna broma, y no es, como muchos insinúan repetidamente, el problema de un solo bloque de viviendas que en su día levantó Núñez y Navarro, que se enfrenta cara a cara a la fachada de la Gloria, sino de dos manzanas enteras del Ensanche en las que se pueden contar edificios centenarios.
Quien me siga en las redes sociales o me haya leído por aquí ya sabe lo que pienso sobre la Gran Mona de Pascua: es una monstruosidad. Pero no venimos a hablar ahora y aquí de si me gusta o no me gusta, de lo que yo piense o deje de pensar. Qué importa. Eso es asunto mío. Aquí planteo, lisa y llanamente, un serio problema de urbanismo y servidumbres. Más allá de los miles de personas desalojadas de su hogar para mayor gloria de una fundación canónica autónoma privada de la que es presidente nato el arzobispo de Barcelona, que no es poco problema, hablamos de afectaciones importantes a la red básica del Ensanche de Barcelona, de movilidad, de gestión y servidumbre del turismo y de cosas menos tangibles como la imagen de la ciudad, por ejemplo.
Toda esta cuestión se lleva con un secretismo inaceptable. No nos vale una sibilina y engañosa política vaticana o versallesca, de conciliábulos secretos y susurros, a la que nos aficionamos tan a menudo, para desgracia nuestra. La Junta Constructora de la Sagrada Familia no es una empresa pía, como pretende; es la gestora de un parque temático que recauda más de cien millones de euros al año sólo en entradas. No dedica todo ese dinero a la construcción del templo, ni mucho menos. Cuando se descubrió que durante más de un siglo no pagó el pertinente permiso de obras, se libró del escarmiento con una limosna, con el beneplácito municipal, que lo vendió como un gran acuerdo.
Sí, la Sagrada Familia es un símbolo universalmente conocido. Sí, la masificación turística ha hecho mella en el barrio. Si se completara el conjunto con una plaza monumental, miles de personas se verán afectadas y también el ordenamiento urbanístico y las servidumbres de todo un barrio. Si no, el parque temático quedaría inacabado. Como ven, tenemos un marrón sobre la mesa.
Propongo, pues, desde mi humilde tribuna, que cuando entrevisten a los candidatos a la alcaldía de Barcelona o cuando hablen con ellos les pregunten qué piensan hacer con la Sagrada Familia. Que se expliquen claramente, no con circunloquios, eufemismos o mareando la perdiz. Que se mojen. Que lo digan. Que respondan 'sí, no, propongo esto, lo otro, lo de más allá'… ¿De qué tienen miedo? Porque, recuerden, el alcalde o alcaldesa que salga de las urnas en las próximas elecciones municipales tendrá que lidiar con el centenario de Gaudí y se dará de narices con la fachada de la Gloria. No queremos sorpresas entonces, queremos saber ahora.