Los gestos políticos siempre buscan una ganancia electoral. El juego teatral es determinante en las contiendas políticas, y se entiende, porque los dirigentes políticos tienen el foco público, de forma continua, y representan a ciudadanos muy distintos. Hasta hace pocos años, antes de la irrupción de las nuevas fuerzas políticas que nacieron tras la crisis financiera y económica de 2008, los líderes intentaban aglutinar a porcentajes importantes de la población. Y, aunque es cierto que se pueden dar casos –el PP en Andalucía, con Juan Manuel Moreno Bonilla—se ha aceptado con cierta resignación que solo se puede retener a los propios, acabar de convencer a un núcleo determinado y ya se verá, después, con quién se puede gobernar.

Es la limitación de dirigentes como Ada Colau, que no aspira a lograr una parte más amplia del espectro político de los comunes. ‘Soy yo, los míos, y a quien no le guste, ya sabe lo que tiene que hacer’, sería su lema. Ese núcleo es sólido, como muestran las encuestas publicadas. Son, en gran parte, los ‘Bobos’ a la francesa, --burgueses y bohemios-- ciudadanos que dicen ser progresistas, profesionales liberales, que viven en el Eixample, y que aspiran a un modelo ‘verde’ con mercados y huertos urbanos para los fines de semana. Es cierto que podemos hacer una caricatura, pero, en gran medida, ese es el ‘target’ que se inclina por los comunes en Barcelona.

Cada partido tendrá un núcleo determinado de electores. Y parece lógico que se cuiden esas parcelas. Pero denota una falta de ambición evidente. En el caso de Colau mucho más, porque es la alcaldesa de Barcelona, porque es su segundo mandato, y con las rectificaciones que hubieran sido necesarias, ahora podría aspirar a una gran victoria que le diera un gobierno casi monocolor al frente del consistorio. Pero, ¿lo quiere Colau?

No parece que lo quiera. No lo desea en absoluto. Tal vez por impotencia, porque no sabe hacer otra cosa, o por una idea muy purista de la política, que se basa en un determinado ideario. Y si no tiene el apoyo necesario, no pasa nada. Se va a su casa y ya está. La paradoja es que Colau no se resigna a irse a su casa. Ha optado a un tercer mandato, cuando los comunes fijaban en sus estatutos dos como máximo. ¿Entonces, cómo se explica que quiera ser solo la líder de esos ‘Bobos’?

Porque una alcaldesa de Barcelona –no es menor ser la primera edil de una de las ciudades punteras en el mundo—hubiera estado junto al jefe del estado en la recepción de la inauguración del Mobile World Congress. Es la representante de todo el conjunto de la ciudad, con ciudadanos que le tienen simpatía y con otros que la detestan. Pero es la que representa Barcelona cuando asiste a cualquier cumbre internacional. Es la que figura en las reuniones de alcaldes de toda España. Le guste o no, lo haya pensado o no.

Al margen de su propio proyecto personal y político, no se entiende –y eso no le atañe solo a ella—que los dirigentes políticos no aspiren a tener un 35% o un 40% del electorado. Se dirá que es imposible. Pero no lo es. Depende de cómo se trabaje políticamente cuando se dirige una ciudad. Y no es para nada algo extraño. La sociedad, aunque se quiera parcelar constantemente, no es tan plural como para tener tantas fuerzas políticas con 14%, 16%, o, incluso, por debajo de esos porcentajes de voto.

Es la falta de ambición, la resignación y una falta de cintura evidente lo que lleva a Colau a ‘pasar de todo’. Se queda con los suyos, y a ver qué pasa.