Es constatable desde hace décadas que Barcelona, primero para el nacionalismo y luego para el independentismo, solo ha sido una herramienta de gobierno o una pretendida ambición de ponerla al servicio de la secesión. Así, son ya demasiados los años en los que desde la Generalitat se le niegan a nuestra ciudad las inversiones, la financiación y los servicios que le corresponden.
Por ello, los barceloneses no podemos esperar que el independentismo y el gobierno de la Generalitat sean uno de los motores de progreso, de bienestar y de crecimiento. Sin embargo, no empuja como dijo Quim Torra a los CDR, sino que ahoga. Obviamente no se trata de altercados callejeros, pero sí de algaradas institucionales. La secesión ya no sólo no es motor, sino un lastre para los proyectos que pueden ser beneficiosos para nuestra ciudad.
No me refiero únicamente a lo negativo del “procés” para la proyección de Barcelona como una ciudad abierta, cosmopolita, plural y de libertad, sino también para el perjuicio que los barceloneses padecemos por una gobernanza de la Generalitat lesiva que gestiona mal la seguridad ciudadana ante un incremento de la delincuencia y falta de mossos, precaria en la prestación de servicios a las personas desde la educación a la sanidad o la atención a nuestros mayores y a la discapacidad. En estas últimas semanas hemos podido constatar, además de lo anterior ya cronificado desde hace años, algunos ejemplos de lo que de verdad importa a esta Generalitat lastre para Barcelona.
Es un govern que no tiene rubor alguno de colocar a sus terminales secesionistas en motores económicos esenciales de Barcelona con nombramientos sin criterios profesionales ni desde el consenso institucional en el Puerto o en la Fira. En un evento fundamental como es la Copa América no consta ni es noticia el apoyo de la Generalitat sino la bronca política de qué cuerpo policial ha de encargarse de la seguridad. Ahora le ha llegado el turno al Mobile World Congress donde la Generalitat, con el concurso de la nefasta alcaldesa Ada Colau, promueve un plantón al Rey. También es cierto que Pere Aragonés y Ada Colau no dejan de ser unos meros figurantes intranscendentes ante el potencial como embajador de eventos internacionales de Barcelona que es la Casa Real como ya se demostró en los juegos Olímpicos de 1992.
Si la Generalitat no cree en Barcelona, solo quiere servirse de ella para su deriva independentista, no es mucho pedirle que, al menos, no moleste o que deje de ser un lastre para la ciudad.