La noche del 20 de enero del 2017 el artista urbano que se hace llamar Tvboy caminaba por calle del Bisbe con un retrato bajo el brazo. Casi en la esquina con la plaza de Sant Jaume hay una de esas vitrinas empotradas en la pared para servir de tablón de anuncios o escaparate. Hacía fresco pero el viento se había calmado y, como era viernes, no faltaban los turistas y paseantes. Tvboy se detuvo delante de la vitrina abandonada y dejó pasar a un repartidor en patinete que casi se lleva por delante su bote de cola de ebanista. Después, fijó el retrato al cristal y se unió al pequeño coro de curiosos que ya se había formado para contemplarlo. A la vista del Ayuntamiento y a dos pasos del palacio episcopal, el artista italiano había colocado una imagen de Ada Colau con nimbo de santa, el Sagrado Corazón en el pecho y, bordado sobre una túnica celeste, el lema «la protectora de los desahuciados os perdona». 

Igual que el retrato de la alcaldesa que instaló en la calle unos días antes, caracterizada como la Mujer Maravilla, su advocación de santa duró apenas unas horas, la cara arrancada a conciencia y rasgada con una llave. El artista dijo entonces que pretendía provocar con mensajes irónicos y comparó el vandalismo contra su trabajo con el tratamiento que recibió la estatua de Franco colocada temporalmente en el Borne en 2016. Colau, razona Tvboy, es un personaje de extremos: «O la adoran o la odian. Te guste o no la política, su perfil es rompedor. Es una líder innovadora y con gran carisma». 

El episodio ilustra bien la tendencia a la iconoclasia que ha definido el reinado de la republicana Colau en lo que a arte público se refiere, lo mismo cuando es obra de sus partidarios, y fruto del afecto, como todo lo contrario.     

Dos años después, en diciembre de 2019, se inauguró La prisión invisible, obra de Nuria Ricart, profesora de Bellas Artes en la Universidad de Barcelona. Seis grandes bloques de piedra marcan, en el chaflán nordeste de las calles Joan Güell y Europa, el lugar donde se encontraba la prisión de mujeres de Les Corts. Una prisión que estuvo en servicio de 1936 a 1955 y usaron tanto la República como la Dictadura. Lo más característico del proyecto, en cualquier caso, es la larga lista de más de veinte asociaciones y entidades que participaron, todas de la misma órbita ideológica. El pueblo elegido.

Otra pieza encargada por este gobierno municipal ha sido Himno, mito y paraíso, de Susana Solano. Se instaló en julio de 2021 en los jardines de Ca l’Aranyó. Tampoco faltó en aquel momento la controversia por la buscada indefinición del cajón metálico semitransparente de acero inoxidable, que se asemeja al pedestal de una estatua, para que cada cual imagine sobre él la figura que quiera. Personalmente, me gusta. Un arte entre la poesía y la nada, sutil, indistinguible del elemento urbano, la materia devuelta al polvo antes de haber intentado hacerse carne. Memento, homo. Su versatilidad hace también de esta obra el monumento perfecto a la alcaldesa cuando su mandato expira y se enfrenta a unas elecciones reñidas. Es el plinto de una condotiera que prefiere marchar a pie y la celda de una mística extrovertida; la peana de una madona irreverente y el baúl de una diva severa; el podio de la campeona de los perdedores y el cofre de la reina de los piratas; la tribuna de una polemista temible y el arca de la alianza con ese pueblo elegido suyo que no coincide con el que facilitó su investidura y mucho menos con el pueblo en su conjunto.  

Si la prisión invisible representa la memoria reivindicativa de un cierto hemisferio cerebral izquierdo, la escultura de Solano se sitúa en el corazón corporativo y universitario del distrito tecnológico. El antisistema no necesita, hoy en día, impugnar el sistema con símbolos propios, sino hacerse con la franquicia de la oposición, aunque esté en el gobierno. Las imágenes monumentales del culto al líder se ausentan del espacio público en favor de la sempiterna pancarta en la plaza del barrio y el rostro conocido en televisión a todas horas. El arte ya no está en ningún lado porque se ha vuelto ubicuo. La sociedad del espectáculo se ha fusionado con el espectáculo social formando una esfera infinita que, como en la clásica definición del universo, tiene su centro en todas partes y la circunferencia en ninguna.

Espero que a la alcaldesa le sonría la suerte y la inmortalice en el futuro algún artista con espíritu de romancero que sepa transformar sus molinos en gigantes. Me inclino a pensar, sin embargo, que su monumento, si existe, será obelisco o paisaje sin figuras. Parece que la moda intelectual nos lleva a encontrar la imagen, en general, cada vez más problemática, y eso solo conduce a la ceguera. Podemos seguir cuanto queramos la estrategia del avestruz, pero cerrando los ojos la realidad no desaparece.

Sea como fuere, a veces la iconoclastia dibuja tan bien un personaje o un periodo como el intento más realista. El carisma del que habla Tvboy se refleja a la perfección en el retrato callejero arañado con uñas y dientes, en la pesada piedra y el acero pulido. El carisma de un carácter duro, inamovible: lo que se ve es lo que hay.