El alcohólico y austríaco Joseph Roth fue corresponsal en Berlín durante la década de 1920 y nos dejó algunas crónicas fabulosas. Roth demostró que un periodista puede escribir una literatura magnífica. Salta a la vista que yo no soy Roth.
Contaba Roth en una de esas crónicas un día que vio gente arremolinada alrededor de un tranvía. Al parecer, había atropellado a alguien. «La culpa es siempre del ciclista… o del judío», comentaba el público. Roth supo ver el peligro y el chiste dejó de tener gracia apenas diez años después, cuando otro austríaco con bigote ridículo llegó a Canciller.
El tranvía siempre ha sido objeto de polémicas. Cuando iban tirados por caballos, las sociedades protectoras de animales protestaban de lo lindo; cuando los electrificaron, voces agoreras aseguraban que esos cachivaches haría abortar a las mujeres. Hoy, el señor Trias, candidato a la alcaldía de Barcelona por Junts per Catalunya y semejantes, asegura que un tranvía por la Diagonal crearía «una línea divisoria en la ciudad». Así, con un par, una línea divisoria.
Sea dicho que a mí me gusta el tranvía. Algunas de mis razones son peregrinas, como el ruido de la campanilla o el de la tracción eléctrica; pero algunas otras las encuentro más razonables. No pasa nada si usted, pobre lector, piensa diferente. Al final, es una cuestión técnica y de planificación urbana. Ya sabe: principales medios y ejes de transporte de viajeros, relaciones de coste, beneficio, cohesión urbana y metropolitana y demás. Si usted empleara sólidos argumentos, igual me convencía y cambiaba tranvía por trolebús.
Ahora bien, otras consideraciones son puramente ideológicas. Que el tranvía sea una línea divisoria es una de ellas. Porque, a ver, que la intención de la línea del tranvía no es precisamente dividir, sino unir los dos extremos de la ciudad y del extrarradio. El tranvía plantará la semilla de una nueva red de transporte público metropolitano, que la necesitamos como agua de lluvia. Mucho más barato que el metro, mucho más rápido que el autobús (recordemos que las líneas de autobús de Barcelona están entre las más lentas de Europa), limpio y eficiente, el tranvía no es una mala opción. Si es la mejor, no lo sé.
Zaragoza, Sevilla, Valencia, Vitoria, Alicante, Málaga, Bilbao, Murcia, Tenerife… tienen una o más líneas de tranvía, y ninguna de ellas ha dividido nada. Pero también tenemos muchos otros ejemplos en Portugal, Francia, Alemania, Suiza, Italia, Croacia, Austria y un largo etcétera de líneas de tranvía que conviven la mar de bien con el tráfico rodado, refuerzan el transporte público y contribuyen a eso que llaman «pacificación» del centro de las ciudades y sus principales avenidas. Algunas de esas líneas llevan muchos años de funcionamiento a sus espaldas, pero sorprende la cantidad de nuevas líneas de tranvía en toda Europa. Por algo será.
Pero quizá no haga falta ir tan lejos. El Plan del Ensanche de don Ildefonso Cerdá estaba diseñado a propósito para facilitar la creación de una red de tranvías que cruzara la ciudad de lado a lado, de mar a montaña y en diagonal. Cerdá era ingeniero de puentes y caminos e inició su carrera profesional trazando líneas de ferrocarril. La forma tan característica de los chaflanes del Ensanche está pensada para facilitar la curva de una línea férrea al doblar la esquina, no sé si lo sabían. Barcelona es una ciudad pensada a propósito para albergar tranvías a troche y moche, y hubo una época en que casi fue así.
No, un tranvía que cruzase Barcelona por la Diagonal no crearía ninguna línea divisoria, señor Trias. Pero el nivel de renta de las familias marca líneas divisorias con trinchera, bastiones y foso, de ésas insuperables. A lado y lado de la línea que señala que tú eres de clase media y tú no existen diferencias sustanciales en esperanza de vida, seguridad ciudadana, fracaso escolar, limpieza de la vía pública, acceso a una vivienda digna, a un trabajo decente, a un salario justo, a servicios públicos de calidad… Ése tendría que ser el centro de los programas de los candidatos a la alcaldía de Barcelona, me parece a mí.
Barcelona está levantando líneas divisorias prácticamente infranqueables para muchos ciudadanos. El perfil socioeconómico de Barcelona y las afinidades políticas de sus ciudadanos van de la manita. Por eso el señor Trias, que en 2008 y 2009 defendió el tranvía a ultranza, por fastidiar a los socialistas, hoy no lo quiere ver cruzar la Diagonal porque iría cargado de pobres camino del trabajo y eso hace feo.