Las despedidas de soltero pertenecen al mismo grupo que las tunas universitarias y la sardana de los domingos delante de la iglesia. Tienen el aire casposo de otros tiempos, pero persisten, inasequibles al desaliento. Sin embargo, mientras las serenatas de los tunantes y las sardanas de los domingos hace tiempo que subsisten apenas, las despedidas de soltero dan muestras de un extraordinario vigor. Ruidosas y generalmente etílicas, inician ahora su temporada alta.
Si usted pasea estos días por las calles de Barcelona, tropezará seguramente con una o dos en cualquier esquina. También pueden comprobar la buena salud de esta costumbre escribiendo "despedidas soltero Barcelona" en Google. Sorpréndanse con los resultados.
A Dios gracias, ni la sardana ni la tuna han tenido repercusión a nivel internacional, o no la suficiente. ¡De buena nos hemos librado! Cuatro nostálgicos de aquí o de allá se emocionarán con las tenoras o el tipo de la pandereta, el que da saltitos, pero ahí queda eso y los demás podemos librarnos del castigo. Pero las despedidas de soltero… ¡Ay, las despedidas de soltero! ¡Están en todas partes! De hecho, una cantidad cada vez mayor de despedidas de soltero en Barcelona las celebran grupos de forasteros.
Los que viven cerca de zonas turísticas o de calles llenas de bares se han acostumbrado a ver a un grupo de turistas con una taja monumental, gritando qué se yo, uniformados todos con una camiseta que dice que Bill o Samantha se nos casan, alrededor de Bill o Samantha, persona ataviada para la ocasión con un disfraz ridículo. Buscan el exceso, el exceso de alcohol. En verano, acaban vomitando en la playa al amanecer, porque el amanecer a la orilla del mar es algo muy bonito y romántico. Si no pueden obsequiarse con unas vistas al Mediterráneo, cualquier esquina de las zonas de bares ya les está bien para contemplar un nuevo día y vaciar el estómago.
Centenares de forasteros vienen cada año a Barcelona a pillar una curda como un piano en una despedida de soltero. Les sale por cuatro perras y cuentan con que en España, aparte de sol y playa, hay manga ancha para los turistas que van cocidos por la calle. Tanto exceso pasa factura y abundan los que acaban con la piel hecha ronchas por culpa del sol, picores en los bajos por no haber tomado las debidas precauciones y siempre cae algún coma etílico. Por suerte, en Barcelona no les da por arrojarse balcón abajo, costumbre habitual en otras poblaciones costeras. Luego regresan a sus hogares con las gafas de sol encasquetadas y una resaca de narices.
¿Es éste el turismo que queremos? Antes de dejarles responder, quisiera que no cayesen en el clasismo, porque la tentación de rechazar a los turistas pobres es elevadísima. Los trabajadores asalariados de clase obrera ingleses, franceses, alemanes, holandeses o turulandeses, incluso nuestros paisanos, tienen el mismo derecho que usted o que yo a salir de viaje si les da la gana y pueden pagárselo. Pasárselo bien y ver mundo es una conquista de las clases medias y bajas que merece consignarse en los libros.
Pero, claro, toda acción tiene su reacción. Barcelona se ha convertido en una ciudad turística y el turismo es uno de los principales motores de nuestra economía. Por lo tanto, pretender sacarnos a los turistas de encima es un suicidio económico. Pero, ojo, el turismo afecta a los barceloneses de manera directa.
Afecta, por ejemplo, en el precio de los alquileres, por la falta de una regulación efectiva de los pisos turísticos. También afecta a los servicios públicos. Supone molestias a los vecinos, sea porque los turistas montán follón todas las noches, sea porque el supermercado de la esquina se ha convertido en una tienda de souvenirs. El sector turístico proporciona verdaderas fortunas a unos pocos, pero genera una bolsa de trabajo-basura considerable, de contratos precarios y sueldos de miseria. El etcétera de afectaciones del turismo es largo y pueden completarlo ustedes mismos.
A ver con qué ideas nos salen los candidatos a la alcaldía en sus programas electorales. En general, no hemos regulado el turismo, que va un poco a su aire, y las ideas para regularlo y controlarlo que nos cuentan unos y otros tienen el mismo aire casposo que las tunas, las sardanas o las despedidas de soltero. Ojalá dejemos de decir tonterías altisonantes y pongamos manos a la obra en este asunto.