¿Alguien pensó alguna vez que el experimento Ada Colau saldría bien? Quien se lo creyó fue un iluso. Y ya no solo por lo que contaremos en los diferentes capítulos de este libro que tienen entre las manos, sino en su origen. Mucho antes de que los barceloneses fueran a votar, una ya lo tenía que saber si se había leído el programa electoral de su formación política. Ada Colau quería pasar del activismo a la política -aunque siempre negó esta posibilidad- y lo consiguió.

De aquel primer programa electoral se desprende una cosa: era intervencionista. ¿Por qué? Por unos hechos innatos en la izquierda cuando toma el poder. Estos pasan por aumentar el gasto público, subir y crear impuestos, suprimir la externalización de los servicios, paralizar los grandes proyectos urbanísticos y empresariales, e impedir desahucios, acabar con el turismo. Si nos damos cuenta estas medidas -o la mayoría- son las que quieren aplicar la extrema izquierda en toda España, y que ya se han aplicado en algunos países latinoamericanos. El crecimiento y desarrollo económico está vetado cuando este tipo de partidos toman el control político. Y, desde 2015, se ha visto claramente en Barcelona. Una ciudad punto de referencia a nivel internacional, que hoy en da se ha deteriorado de tal manera que ha perdido su status de ciudad referencia. Un ejemplo, la heroína dejó de consumirse después de las Olimpiadas de 1992. Hoy en día ha vuelto a las calles de Barcelona y, en concreto, en barrios como El Raval.

Vamos a analizar por partes aquel programa electoral, para darnos cuenta de que era imposible que aquel experimento saliera bien. Empecemos por el turismo. Desde hacía muchos años era la principal fuente de ingresos, tanto en el sector servicios como comercial de la ciudad. Barcelona ya no tiene industria. Vive del turismo gracias a ser un referente internacional en cultura, gastronomía, espectáculos y ocio. Un dato. Barcelona recibía 8,3 millones de turistas al año antes de la llegada de Ada Colau, con un gasto de 12.313 millones de euros. En 2021 se cerró con 4,5 millones de turistas y un gasto de 3.700 millones de euros. Podemos tener en cuenta el Covid-19, pero el hecho es que gracias a la gestión de Ada Colau, la influencia como punto de referencia para el turismo internacional ha entrado en recesión.

Colau no quería una Barcelona de pijos. Tampoco una ciudad de cruceristas. No quería una ciudad donde la gente se ganara la vida con el dinero del turista. Es como si se restringiera las visitas a Venecia, París o Roma a los turistas porque molestan y no necesitan su dinero para subsistir. Una incongruencia. El turismo es fundamental para estas ciudades, en el momento de cerrar, a final de año, el beneficio que ha supuesto el turismo. Y en esto Colau no engañó. Lo especificó de manera muy clara en su programa electoral. Tampoco el sector tecnológico, ligado no solo al turismo, sino al crecimiento de Barcelona, como centro de referencia mundial en diferentes sectores de desarrollo, le interesaban a Ada Colau.

En su programa electoral también propuso crear una moneda local. El proyecto se puso en práctica en septiembre de 2022. La llamaron “Rec Cultural” y el Ayuntamiento de Barcelona invirtió 200.000 euros. Se puso en marcha en los barrios de Poble Sec y Sants. Es una moneda electrónica que sólo se puede usar en centros cívicos, tiendas, espacios de formación, salas de conciertos y museos.

Colau era partidaria de suprimir la Unidad de Antidisturbios de la Guardia Urbana (UPS) y delegar estas funciones de orden público a los Mossos. Además pretendía convertir la Guardia Urbana en una especie de policía de proximidad, reduciendo sus competencias en materia de seguridad pública. Otras medidas llamativas de su plan eran…

Establecer una Renta Municipal.

Mejorar la financiación y estudiar la creación de un Instituto municipal de crédito.

Iniciar el procedimiento administrativo orientado a sancionar la propiedad de pisos y solares vacíos cuando se trate de grandes propietarios, fondos buitres o bancos.

Recuperar locales injustificadamente vacíos para usos comunitarios.

Recuperar fincas en proceso de degradación continuada con el fin de crear una dotación de vivienda de alquiler social.

Reconocer el derecho al agua, la luz y el gas

Garantizar que las inversiones de gran impacto social, presupuestario o ambiental sean sometidas a un debate público.

Se apostará por la prevención de residuos y por la minimización de la entrega de publicidad domiciliaria y en la vía pública

Impulsar la creación de un operador energético verde.

Hay que asegurar que un mínimo del 5% del presupuesto municipal sea asignado por los vecinos y vecinas de los distritos en proyectos y propuestas que ha presentado la misma ciudadanía.

Hacer de Barcelona una ciudad libre de plaguicidas y herbicidas en sus espacios verdes y revisar los métodos de poda.

Impulsar una revisión completa del nomenclátor y los espacios de memoria de la ciudad para garantizar que éste quede libre de referencias apologéticas en la memoria del esclavismo, el franquismo y el fascismo; garantizar la aplicación de la Ley de la Memoria Histórica.

Abrir el debate para replantear el actual modelo de zoo de Barcelona y los delfinarios.

Al principio nos hemos preguntado si el experimento podía salir bien. Teniendo en cuenta lo que hemos visto hasta ahora la respuesta no puede ser otra. El experimento ha sido un fracaso. Por eso, solo cabe decir: Adéu-siau Colau! ¡Hasta siempre Colau!