Hace unos días, un domingo en el Camp Nou lleno hasta arriba, 92.522 personas decidieron llenar el estadio blaugrana. O les empujaron a hacerlo. Pero no estaban ahí para presenciar otro partido de fútbol al uso de 90 minutos, uno más.

En este caso el nuevo juguetito de Gerard Piqué y su dream team empresarial (Kosmos) han logrado parir una bestia parda de implicaciones absolutamente imprevisibles. Muchos jóvenes argumentan que ya no pueden soportar tragarse entero un partido de fútbol sin que pase nada más, sin otros estímulos. Según ellos es aburrido. Les recomiendo que vayan a su librería más cercana y compren el nuevo libro de Johann Hari, El valor de la atención. Por qué nos la robaron y cómo recuperarla”. ¡Canela en rama!

Por lo visto, cada día está más claro que no hay mercado más lucrativo que el de la atención. Todas las marcas, las instituciones, los partidos políticos, los equipos deportivos e incluso los gobiernos, hacen lo indecible para batallar por nuestro tiempo. Quieren apropiarse de nuestras vidas, sorbo a sorbo, minuto a minuto. Somos tiempo. Poco más que eso.

Hari se pregunta, ciertamente circunspecto y preocupado, cómo caramba podremos lograr recuperar nuestra capacidad de concentración. Se trata, nada más y nada menos, que de una verdadera epidemia de la desconcentración universal. Según recientes análisis, los adolescentes que pueblan nuestro 2023 tan solo son capaces de concentrarse en una misma tarea durante sesenta y cinco segundos. ¡Bufff! Pero es que va y resulta que los adultos apenas logran aguantar tres minutitos de nada. Es más que evidente que el peligro que nos acecha tiene forma de pantallas omnipresentes. Y es que algo (o alguien) nos empuja a pasar constantemente de un dispositivo a otro, sin levantar la vista del screen. Pero es que resulta que todos tendremos, en nuestro presente-futuro, un montón de tareas que van a exigirnos un estado de plena concentración. ¿Cómo lo haremos?

Piqué & Co han creado un macro evento de ocho horas, lleno de luces y colores, de estímulos visuales y sonoros. Llegados a este punto, creo honestamente que toca preguntarnos algo que quizás sea un poco incómodo. ¿Este es el modelo de ocio que vamos a tener a partir de ahora? ¿Queremos realmente que en nuestro tiempo libre nos bombardeen, de manera caótica y sin sentido, con colorines y petardos, todos conectados a nuestras pantallas, enviando frasecitas más o menos simpáticas y emoticonos presuntamente expresivos?

Resulta que en Europa tenemos tradiciones, historia y una cultura con raíces. Y eso siempre tuvo (hasta la fecha) su peso, y su valor. En cambio, en Estados Unidos, todo funciona a base de performances, anuncios, franquicias y espectáculo. ¿Estamos realmente dispuestos (y resignados) a sustituir la solidez de nuestra realidad por una ficción bobalicona? Si cada vez que queremos pasar un buen rato de ocio tenemos que dejar que nos hiperestimulen el cerebro y nos bombardeen los sentidos con mil y una fantasías animadas… ¿Que va a ser de nosotros?

Se va haciendo evidente, de forma acelerada, que la americanización de casi todo le está ganando la partida (¡el partido!) a nuestra querida y cada vez más rancia Europa. Llamar la atención, gritar muy fuerte, inundar nuestro mundo de ruido y polución superficial. Bienvenidos al inicio de todo lo que va a llegar. Esto no ha hecho más que empezar.