Hace unos días en Metrópoli Núria Marín, alcaldesa de L'Hospitalet, señalaba que el cuerpo de los Mossos d’Esquadra parece dirigido por la CUP. Es exagerado, claro. La actitud de la CUP, como la del PP en la oposición, se caracteriza por el negativismo, por no hacer nada. Ni siquiera oposición. Si al frente de la policía catalana estuviera alguien de la CUP, probablemente lo primero que haría sería dar vacaciones a los agentes. O disolverla. Se parecen a un presentador de televisión en la España franquista, Alfredo Amestoy. Pasaba por ser un duro crítico, sólo porque hablaba con cara de enfado. Los cuperos usan también un tono irritado y eso les exime de trabajar en proyecto alguno y les permite alinearse con la derecha y mantener un discurso que, en apariencia, es de izquierdas.
Pero algo de razón tiene Núria Marín: la dirección de los Mossos, para ser precisos, el consejero del Interior, coincide con la CUP en su voluntad de desprestigiar las instituciones. Debe de ser un problema de los conversos. Joan Ignasi Elena procede del PSC. Cuando allí vio frenadas sus aspiraciones por las bases del partido, se pasó a ERC y anda aún haciendo méritos y fingiendo que es más radical e independentista que nadie. Debe de ser tan consciente de su escasa eficacia, que su respuesta a Marín no ha consistido en negar las acusaciones, sino en decir que en L'Hospitalet las cosas están peor. Un “y tú más” que contribuye al desprestigio de las instituciones comunes, como debería ser cualquier cuerpo policial.
Es la misma táctica del consejero de Derechos Sociales, Carles Campuzano, procedente de CDC. Razonable en lo personal, incluso de trato afable, pero que cuando se pone el gorro de cargo público nombrado por ERC dice cosas más bien gruesas. Ahí está su promesa de hacer una residencia en Santa Coloma de Gramenet, si ganase el candidato Rufián, quien por cierto, debe disponer de abundante financiación porque la ciudad ya está empapelada de anuncios que recuerdan que quiere ser alcalde. Unos carteles que, tal vez no por casualidad, incluyen las siglas del partido, ERC, pero pequeñitas, muy pequeñitas. Como si a Rufián le diera vergüenza hablar en castellano y ser de un partido que lo anatemiza.
El desprestigio de las instituciones es una estrategia en la que coinciden la extrema derecha y quienes se pretenden de izquierdas e incluso de extrema izquierda, lo sean o no. Por poner nombres: en ello andan empeñados amplios sectores del PP, Vox, por supuesto, pero también la CUP, Junts e incluso sectores de Podemos. Sostienen el discurso grueso de que en España no hay democracia. Se podría decir, y eso sería verdad, que la democracia es perfectible, pero de ahí a negar que funcionen todos los mecanismos de representación, hay un abismo.
Marín asociaba la pasividad de los Mossos al fenómeno okupa y apuntaba que el problema no son las okupaciones de familias necesitadas, sino las mafiosas, injustificables. Sin olvidar que el punto de partida es la falta de vivienda social, una competencia del Gobierno de la Generalitat, que se ha caracterizado por construir “entre cero y nada”, en expresión de la propia alcaldesa.
Las críticas al consejero Elena coinciden con la propuesta de Antoni Balmón de potenciar una coordinación de las diversas policías en el área metropolitana. Es evidente, de un tiempo a esta parte, el aumento de la sensación de inseguridad entre los ciudadanos. Y algo tendrá que ver en ello el comportamiento de los Mossos. No de los agentes sino de sus mandos. Esto no excluye que, como en todas partes, haya en el cuerpo elementos abúlicos y sin sentido del servicio público, pero la responsabilidad de una mala imagen general es de la dirección política del cuerpo. Porque las críticas de Marín y la petición de mayor coordinación de Balmón van en la misma dirección que las exigencias de una mayor presencia de los Mossos en Barcelona, hecha por el ayuntamiento de la ciudad.
Antoni Sitges-Serra recuerda en un libro reciente (Senos) que cuando alguien viaja sistemáticamente hacia el oeste puede acabar en el este, y viceversa. Es lo que quizás le haya pasado a Elena (y a Campuzano) que se ha ido tan a la izquierda que ha acabado en ese extraño mundo en el que coinciden Vox y la CUP, formaciones empeñadas en arrasar las instituciones, convencidas de que el caos dará origen a un mundo mejor. Pero si se observa bien, ni siquiera proponen el caos, previo a cualquier orden, sino el desorden, el lío, el río revuelto en el que esperan ser los pescadores beneficiados.