Junio, 2022: “Barcelona declara la guerra a los grafiteros y recurrirá a la vía penal si dañan el patrimonio”. Abril, 2023: “El Ayuntamiento anima a los grafiteros a pintar sin permiso en muros de Barcelona”. Dos titulares contradictorios que huelen a elecciones y toca contentar a los mismos pintamonas que el año pasado eran vándalos e incívicos, según el mismo Ayuntamiento que ahora los contenta. Más derroche de dinero público.  Aumento del gasto para limpiar antes y más gasto después otra para pintarrajear heces de colores en paredes, puertas y persianas. Autores y coautores: Ada Colau, el teniente de alcalde de Seguridad, Albert Batlle, y el desagradable concejal de Transición Ecológica, Eloi Badia. Ordenaron a la Guardia Urbana “atajar esta forma de vandalismo”, en palabras textuales. Amenazaron con que los policías locales “no darán avisos ni advertencias e impondrán multas y sanciones a cualquiera que sea sorprendido con las manos en la masa, un aerosol, un rotulador…” Intimidaron con que hasta los guardias de paisano “tendrán este cometido entre sus prioridades”.

La busca exasperada e incoherente de votos se debe a la misión de Colau y su feligresía de dejar Barcelona lo más fea posible antes de saltar del Ayuntamiento. Despreciando el descontento y la náusea de la ciudadanía con el feísmo que propaga el arte del colauismo, el soviet municipal esparce pedruscos que llama monumentos y sigue el dictado de su jefa de comunicación, Águeda Bañón. La que llama arte post pornográfico a orinar en las calles. Sus camaradas obedecen y se orinan en el buen gusto y las quejas de la ciudadanía. El verano pasado prometieron obedecer al Tribunal Supremo que endureció las condenas por daños a trenes, edificios catalogados y obras de arte. Esta primavera lo desobedecen y dilapidan más millones de euros. Así suman cincuenta lugares donde guarrear el espacio público será legal. A los particulares damnificados, el Ayuntamiento de Joan Clos les sugirió pagar cuotas a una empresa municipal de limpieza. Un negocio circular indecente.

Del nuevo atentado estético se ocupan un chiringuito y el programa Murs Oberts. Sus víctimas son los barrios más maltratados: Ciutat Vella, Sants, Gràcia, Horta, Nou Barris, Sant Andreu y Sant Martí. Su “desarrollo cultural de la ciudad” revela su incultura. Responsables de esta violencia visual son la Dirección de Cultura y Educación en los Barrios, el Instituto de Cultura de Barcelona, el Instituto Municipal de Paisaje Urbano y Calidad de Vida y el Servicio de Gestión de Conflictos de Ámbito Social en el Espacio Urbano. Son recursos, personal y cubiles de la comunada.

El ideólogo de tanta devastación visual es el tránsfuga neo-republicano Ferran Mascarell, exconcejal socialista que llamó arte urbano al asco en las paredes, montó una exposición en un palacio, editó lujosos catálogos y creó una escuela de grafiteros. Ex consejero de Cultura de la Generalitat tripartita, su legado fue un inmenso mural del alcalde Clos en el Fórum, como los de Mao en China y los de Castro en Cuba. Consecuencia de su despotismo ilustrado, el único arte que queda desde 1992 es el Cobi de Mariscal. Los adalibanes que dicen que la Sagrada Familia es fea, son de la misma basura ideológica que atenta contra obras de arte en los museos. Y ahora incitan a ensuciar más y más para que quede algo de su rastro imborrable.