Hace unos días, en un programa de la televisión pública catalana, hicieron burla de la Virgen del Rocío. Se montó la de Dios por mentar a su madre. Las quejas fueron a más y ha habido quejas formales de cargos institucionales andaluces y de colectivos de catalanes de origen andaluz. Una queja sobre otra, porque la televisión pública catalana también ha provocado hace poco a la comunidad gitana y a los prisioneros del campo de Mauthausen, por ejemplo, y también a los socialistas, a los que calificó directamente de nazis, así, con un par. Si no te gustan ni los gitanos, ni los andaluces, ni los republicanos que vivieron la tragedia del exilio ni los socialistas, o cualquiera que no piense como piensas tú, lo tuyo tiene un nombre, y no es bonito.

Visto con perspectiva, la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales lleva muchos años con una labor de zapa y manipulación que inició el antiguo director de Banca Catalana y que prosigue hoy en día. A veces, subrepticiamente; a menudo, de manera descarada. No es una opinión; es un hecho bastante evidente. Quien no lo ve es porque no quiere verlo y cierra los ojos así, fuerte fuerte, porque vive en su burbuja y no quiere salir a respirar.

En el asunto de la Virgen del Rocío pronto surgieron voces en defensa de la libertad de expresión, la que no se aplicó a cierta enfermera que se cagó en sus muertos porque tenía que sacarse el nivel C de catalán para poder participar en unas oposiciones. Un nivel C que tiene más valor en la puntuación final que las habilidades o conocimientos de enfermería, que eso se dice poco. Qué silencio, el de los sindicatos…

Esas voces tan emocionadas en defensa de la libertad de expresión son las mismas que, hace ya unos años, pusieron el grito en el cielo cuando Boadella se burló de la Moreneta en otro programa de la televisión pública catalana. Como ya le tenían ganas porque se había atrevido a burlarse del señor Pujol, ahí comenzó el linchamiento público del cómico y de esos polvos, estos lodos. Que la vara de medir no es la misma si la libertad de expresión la ejerce uno u otro, que ya nos conocemos. La vara de medir, el «quid» de la cuestión.

¡Claro que sí! Podemos hacer humor con todo. Con todo. Pienso si no debería ser nuestra obligación reírnos en la cara de tantos que exponen en público ideas ridículas; seguro que nos iría mejor. Lo que ya es cuestionable y censurable es que la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales provoque vergüenza ajena con los cómicos que contrata, porque mira que son malos. Pero malos malos. Malos a morir, de vergüenza ajena. Que no es lo mismo creerse gracioso que hacer humor.

El humor implica inteligencia y el mejor humor es un desafío para el cómico y para el público, aunque sea puro "slapstick". El numerito de la Virgen del Rocío fue, perdónenme, una mierda de malo. Si fue irrespetuoso, podríamos discutirlo. Seguramente sí, o quizá no, depende. Pero que el numerito era malo, malo malo, malo de pasar vergüenza ajena, salta a la vista. A fin de cuentas, eso es lo que más duele, ese mal hacer, esa falta de inteligencia, ese endiosamiento de la estulticia en una televisión pública. Ya sabemos que no todo el mundo se ríe de lo mismo, pero lo menos que puede exigírsele a una televisión pública es inteligencia en la propuesta.

Algo parecido sucede ahora con los candidatos a las elecciones, que ya están a la vuelta de la esquina: no tienen gracia, no tienen salero. Que yo votaré tal o cual, o no votaré, todavía me lo estoy pensando, pero no lo haré con ilusión y me lamento. Entre el frente de juventudes nacionalista y el actual gobierno municipal soy como aquel del chiste que pregunta si no hay nadie más. Imagino que muchos de ustedes estarán como yo, incluso aquéllos que ya han decidido votar a Fulano o Mengano, que lo harán con remordimientos de conciencia. Porque las cuatro candidaturas con posibilidades de ganar en Barcelona han gobernado en el Ayuntamiento o han apoyado a su gobierno municipal en el pasado reciente. Sobre las demás, mejor no hablar demasiado. A mí, la verdad, no me interesan nada de nada.

Así está el patio. Parece un chiste, pero no tiene ninguna gracia.