El deporte y la política siempre han ido de la manita. Si no me creen, pregunten a los emperadores romanos por las carreras en el circo, que la cosa viene de antiguo. Pero el sport tal y como lo conocemos hoy, es un invento de los internados de la Inglaterra victoriana. En sus orígenes, no tenía otra finalidad que mantener sanos a los chavales; es decir, apartados del vicio. También, cómo no, transformar a esos muchachos de clase privilegiada en la materia prima necesaria para obtener jóvenes oficiales del ejército dispuestos a morir por la reina y los intereses comerciales del imperio. En la misma línea, el movimiento de los boy-scouts de Baden-Powell también pretendía conseguir muchachos con madera de militar y la pureza de un buen cristiano. Su origen bélico durante las guerras contra los bóeres es bien conocido. 

Esta misión implícita del deporte y del escultismo explica el porqué del éxito de ambas fórmulas en toda Europa antes de la Gran Guerra, y la alegría con que los regímenes totalitarios impusieron sus propias juventudes deportistas y excursionistas tan pronto asomaron al escenario. Los medios de comunicación de masas contribuyeron decisivamente a unir deporte, nacionalismo y política, en vez de fomentar el ejercicio como algo saludable, que sería lo propio. Siguen igual.

Bibliografía sobre este asunto hay mucha, tanto artículos académicos como ensayos de divulgación. Podría citar, por ejemplo, Sport y autoritarismos: La utilización del deporte por el comunismo y el fascismo, de Teresa González Aja, Citius, altius, fortius. El libro negro del deporte, de Federico Corriente y Jorge Montero, o «El historiador en el estadio», de Toni Padilla, entre tantos otros, que nos muestran esa indisoluble unidad entre política y deporte. 

Franco, por supuesto, no fue una excepción y se ha hablado mucho del fútbol durante el franquismo. Todos los clubes importantes, todos, tenían juntas directivas que se morían por quedar bien ante el Caudillo. Eso duele y tenemos que asumirlo. Por ejemplo, el Barça entregó al dictador la Insignia de Oro y Brillantes del club en 1951, la Medalla de Oro del Palau Blaugrana en 1971 y la Medalla de Oro del 75.º Aniversario en 1974, con acuerdos prácticamente unánimes de las juntas directivas del momento.

 ¿Qué resulta que el Madrid…? También el Real Madrid, por supuesto, claro que sí, y cualquier otro de su época. Era el NO-DO de cada día. Javier Pérez-Andújar, en su novela Catalanes todos retrata muy bien ese ambiente catalano-franquista y la hipocresía de nuestra memoria selectiva.

Todo esto viene por una polémica idiota surgida a raíz de un escandaloso pago de varios millones de euros al vicepresidente del Comité Técnico de Árbitros. Durante años, la persona que decía quién arbitraba y quién no recibió miles y miles de euros del F.C. Barcelona. Vamos, que el Barça hizo trampas. El actual presidente del club echó pelotas fuera y dijo que la culpa es del Madrid, o de Madrid, ahora no me pregunten. Es lo que suele decirse en estos casos. Pero el Madrid no se cortó un pelo y respondió con imágenes del NO-DO con misas fascistas en la inauguración del Camp Nou y otros recuerdos de un pasado que guardamos bajo la alfombra. Nosotros y ellos. Todos. Porque era así entonces, en todas partes, repito. Señalar quién era más franquista entonces es tontería, porque todos competían por serlo más que tú.

La cuestión es que las facturas de los pagos están ahí, no puede negarse, y el asunto está en manos de Hacienda, de los jueces y de los fiscales. Ya se verá en qué acaba este circo de corrupción. Porque el fútbol, ya les digo, no sólo es pasto de la política, sino también de los negocios bajo mano, que en los palcos se arreglan muchas recalificaciones urbanísticas y se hacen muchos amigos, ya me entienden. Eh, aquí también. 

Con la de problemas que hay sobre la mesa y la portavocía del Govern de la Generalitat hablando de fútbol, felicitándose por el reconocimiento del fútbol-botones y hablando de una ley del escultismo que no sabemos qué pretende. La cuestión es despistar, hacer ruido, no vayamos a hablar de la tardía reacción ante la sequía, del desbaratamiento de la sanidad pública o del asunto de la vivienda social, que clama al cielo.

Mejor darle de patadas a un balón y discutir sobre el sexo de los ángeles que gobernar, adónde va a parar usted. Además, vienen elecciones y mejor disimular que no has hecho nada. ¡Balones fuera!