Ada Colau se resiste a recibir al general de la Guardia Civil que está al mando del cuerpo en estas tierras. Y eso que, al parecer, el hombre lo ha solicitado tres veces, lo cual, todo hay que decirlo, implica cierto masoquismo por su parte, ya que, nada más ser rechazada su primera propuesta, debió de dar gracias al espíritu del duque de Ahumada por librarse de ese gesto de buena voluntad que, caso de hacerse realidad, solo le habría reportado un encuentro protocolario y nada amigable con la señora alcaldesa. Ya sabemos que a Ada no le gustan los uniformes y que no pierde ocasión de quedar mal con militares, guardias civiles y policías. Estamos ante una de esas costumbres progresistas que se adquirieron durante el franquismo y en las que algunos, como Ada, perseveran en democracia, por mucho que los actuales militares, policías y guardias civiles no tengan mucho que ver, afortunadamente, con quienes los precedieron en los tiempos del Caudillo.

Es una manía que tiene su correspondencia con el apoyo a entidades sociales que juegan con fuego como explicaron este miércoles los dos juristas que participaron en la primera jornada de Desperta BCN!, Emilio Zegrí y  Alejandro Fuentes-Lojo, en alusión al aumento de okupaciones en Barcelona.

Colau, además de negarse a dar bola un rato al general en cuestión, también se ausentó hace unos días del homenaje a Antonio Escobar, el picoleto republicano cuyo apoyo a la legalidad en 1936 le granjeó el fusilamiento a manos del franquismo. Todo parece indicar que, para nuestra querida alcaldesa, pesa más el tricornio que el progresismo, aunque también es posible que no supiese quien era el tal Escobar. Si en su momento confundió al almirante Cervera, héroe de la guerra de Cuba considerado de talante ilustrado, con un oficial franquista –o un facha, como ella mismo dijo para justificar que se le quitara la calle para dársela a Pepe Rubianes-, no sería de extrañar que, en esta ocasión, hubiera confundido al homenajeado con un ancestro de Manolo Escobar.

Hace años, durante la celebración del Salón de la Infancia y la Juventud, Colau ya manifestó el asco que le daban los militares solicitándoles que, a partir de ahora, se abstuvieran de montar la paradita en dicho evento para la gente menuda por el mal ejemplo que representaban para nuestros menores, a los que hay que educar en la cultura de la paz y bla, bla, bla. Los niños no fueron consultados al respecto, pero luego resultó que, por regla general, consideraban que el stand de los militares era el que les ofrecía más posibilidades de diversión y entretenimiento. Pero, ¿qué van a saber ellos de lo que les conviene y lo que no? Lo que tienen que hacer esos cuellicortos es jugar con muñecas, tanto si son niños como niñas o niñes.

Hay algo muy rancio y tremendamente pueril en la actitud de Colau hacia los uniformados en general, por no hablar de que se la sopla todo lo relativo a una cierta normalidad institucional. Como alcaldesa de Barcelona, yo diría que está obligada a recibir al mandamás de la Guardia Civil, pero la única obligación que se impone Ada es, como todos sabemos, regar con dinero público a agrupaciones sociales dirigidas por amigos suyos o de las que ella misma formó parte cuando iba por ahí disfrazada de la Abeja Maya y se erigió en defensora de los hipotecados como podría haber encabezado las reivindicaciones del gremio de churreros: de alguna manera había que hacerse notar para prosperar en la política (como así ha sido). Lo del picoleto en jefe va en la misma línea que los plantones al rey, que consisten, curiosamente, en desaparecer a la hora de darle la bienvenida a la ciudad y reaparecer como por arte de magia cuando empiezan a echar de comer (táctica compartida con el presidente de la Generalitat, aunque en este caso se entiende mejor que no deje pasar un papeo porque todavía está creciendo).

Aunque Ada dedica actualmente lo mejor de su tiempo a engancharse a Yolanda Díaz a ver si algún día cae un ministerio, todavía le queda tiempo para mostrar su repugnancia hacia las fuerzas de seguridad del estado, obligadas a encajar sus desplantes sin rechistar y, en el caso del jefazo de la guardia civil, a persistir en la materialización de un encuentro. ¿Pero nunca ha oído decir ese hombre lo de que a enemigo que huye, puente de plata? Si Ada no te quiere ver, mejor para ti, todo eso que te ahorras. ¿Para qué respetar la buena educación institucional con alguien que se la pasa por salva sea la parte?