El Senado español acaba de decirles a los representantes de los comunes y de los partidos separatistas que se vayan olvidando de lo de convertir la comisaría central de la Vía Laietana en un centro de memoria histórica y/o museo de los horrores del franquismo. Ante la propuesta supuestamente museística, PSOE, PP, Ciudadanos y Vox lograron imponerse, por lo que, de momento, parece que la policía nacional seguirá en su sede barcelonesa de toda la vida. El edificio diseñado por Jeroni Granell en 1878 para el millonetis Arcadi Balaguer ejerce de comisaría desde 1929. En 1931 pasó brevemente a manos de la Generalitat de Companys, bajo la dirección de Frederic Escofet. Tras la guerra civil, el franquismo la convirtió en un centro de castigo para los desafectos al régimen, destacando en la práctica de la tortura el inolvidable comisario Creix. Con la democracia, el edificio perdió su aura siniestra y se convirtió en lo que siempre debería haber sido, una prefectura de policía como todas las que hay en las diferentes ciudades europeas. O eso creíamos algunos, ya que para los lazis siguió siendo el emblema de la represión franquista, lo que les llevó a dar cíclicamente la tabarra con la posibilidad de demoler el edificio o, en su defecto, reciclarlo en un centro consagrado a la memoria histórica (y, a ser posible, también un poco histérica).
Ya sabemos que Ada Colau tiene alergia a los uniformes, por no hablar de la enorme cantidad de okupas que podría alojar en ese pedazo de edificio que es la comisaría de Vía Layetana. Y en cuanto a los lazis, por mucho que se las den de humanistas y de demócratas, lo que los mueve a la hora de darle una nueva utilidad al lugar es el deseo de mostrar su asco a lo que consideran las fuerzas de ocupación del perverso estado español. La excusa del posible museo y de la recuperación de la memoria histórica hace tiempo que no cuela, pero ellos siguen insistiendo, aunque lo que realmente quieren es echar a la policía nacional de Cataluña. Entre otros motivos, porque la actual policía no es la del franquismo y ahora aporta cierto consuelo a los actuales desafectos al régimen lazi, pues es una de las pocas representaciones del estado que quedan en Barcelona.
Yo diría que la comisaría cumple una función social que no cumpliría el supuesto museo, en el que intuyo que no habría ni una referencia a las barrabasadas cometidas en él cuando estuvo en manos de la Generalitat, centrándose el discurso expositivo en las cometidas durante el franquismo, que fueron, ciertamente, de aúpa. Puestos a elegir, uno optaría por la demolición y posterior erección de un hotel para turistas, siguiendo ese refrán que asegura que, muerto el perro, se acabó la rabia. Al posible museo no le veo el más mínimo interés, pues no me interpela en exceso visitar una reproducción exacta del despacho en el que el infame Creix repartía sopapos entre los detenidos. En Madrid convirtieron la siniestra comisaría de la Puerta del Sol en la sede del gobierno autónomo, lo cual se me antoja más razonable que la alternativa museística. A fin de cuentas, un edificio no es más que un amasijo de ladrillos y cemento al que se puede otorgar una personalidad de la que carece. La comisaría de Vía Laietana fue, efectivamente, un espanto durante el franquismo. Y tampoco debe ser actualmente un lugar que apetezca visitar. Pero hace tiempo que alberga a la policía nacional de un estado democrático y que, en cierta medida, ejerce de contrapeso constitucional en una comunidad autónoma controlada desde hace décadas por los separatistas.
Que siga, pues, en su lugar durante los años que haga falta. En Manhattan, a nadie se le ocurrió demoler el Dakota porque a sus puertas había sido asesinado John Lennon, ¿verdad?