Leyendo estos días a los columnistas de los digitales del régimen (lo sé, es un trabajo sucio, pero alguien tiene que hacerlo), observo una preocupación compartida acerca de las elecciones municipales en Barcelona. Según ellos, y no les falta razón, el tema de la independencia del terruño ha sido aparcado o, directamente, abandonado por todos los candidatos del procesismo, que han optado por intercambiar navajazos verbales (el debate de BTV fue de traca) y centrar sus discursos en los principales problemas de la ciudad y en cómo se solucionarán si los votas a ellos. Esta evidencia debería ser acogida con alborozo por toda la masa electoral, pero solo parece ser del agrado de los desafectos al régimen lazi, como quien esto firma. Veo a mis columnistas preferidos del Lado Oscuro muy rebotados con quienes deberían representarles, y algunos se dedican directamente a promover la abstención en sus artículos de opinión, lo cual no me parece mal, ya que con cada lazi que se quede en casa el 28 de mayo, nos libraremos de un incordio humano y nos acercaremos a una Barcelona más soportable que la actual (ojalá los fans de Ada Colau hicieran lo mismo, pero no caerá esa breva).
Los columnistas del régimen están en lo cierto: en estas elecciones municipales, la independencia ni está ni se la espera. En ese sentido, puede que sea el doctor Trias quien se lleva la palma, pues sus intentos de hacer como que no se trata mucho con los de Puchi y que no tuvo nada que ver con la charlotada de octubre del 17 son públicos y notorios, hasta el punto de que no se sabe muy bien a qué partido representa el hombre, ya que lo está centrando todo en su supuesta condición de ciudadano de orden, persona cabal y amigo del buen burgués. Tampoco el Tete Maragall se está matando precisamente en anunciar una Barcelona que ejerza de capital de la Cataluña catalana y encabece el resurgir del sentimiento independentista. Según mis columnistas de referencia, ni la CUP está dando la cara al respecto. Parece que todos se dedican a ejercer de posibles gestores de nuestra querida ciudad, dándole la razón al visionario Quim Torra cuando asegura que la auténtica capital de la Cataluña catalana es Gerona (y a ponerse mutuamente de vuelta y media, como pudo comprobarse en el debate de BTV y, prácticamente, cada vez que alguno de ellos toma la palabra en público).
Lo que a los plumillas del régimen se les antoja un escándalo es, en el fondo, una extraña muestra de lucidez política. A diferencia de los irredentos del lazismo que viven a base de las subvenciones del gobiernillo, los candidatos separatistas, por mucho que lo sigan siendo en privado, se han percatado de que la independencia, en Barcelona, es veneno para la taquilla. Yo diría, incluso, que son conscientes de que, en lo referente al prusés, se acabó lo que se daba y no hay más remedio que adecuarse a la nueva situación que se creó tras la aplicación del 155, ante la que aquí no rechistó ni un funcionario mientras el sueldo siguiera entrando puntualmente cada mes. Esa nueva coyuntura no es más que el regreso al autonomismo, salpimentado con algunas maniobras de orden menor dedicadas a chinchar, que no a afectar significativamente, a España. Los candidatos, como casi toda la población de Barcelona, se han dado cuenta de que la independencia es una quimera carente del apoyo suficiente que habrá que aparcar hasta una mejor ocasión, confiando en que de aquí a veinte o treinta años, las estrellas se alineen de mejor manera que en el 2017. Mientras tanto, como decía la canción, Let´s face the music and dance. Y la música a la que hay que bailar no es precisamente la de Lluís Llach o Els Pets.
Ciertamente, lo que está en juego en Barcelona no es la independencia de Cataluña, sino el rumbo que se le quiere dar a la ciudad a partir de ahora. Acabado el prusés, con su principal icono en Flandes, cayendo cada vez más deprisa en la irrelevancia, debería considerarse un rasgo de sensatez que los candidatos a la alcaldía de nuestra ciudad se centren en los asuntos específicos de la misma en vez de insistir en que es la capital de una nación milenaria (aunque sin estado). Dejemos, pues, que rabien los columnistas que viven a costa del erario público (o sea, de nuestro dinero), animémosles a abstenerse el 28 de mayo y acudamos a las urnas a ver, según el punto de vista, si nos libramos de Ada Colau o disfrutamos de su presencia otros cuatro años: no a todos nos pagan por vivir en Matrix.