El cierre temporal del Camp Nou, ahora denominado con el nombre de una marca comercial, representa un golpe para la memoria sentimental de muchos barceloneses. Se supone, sin embargo, que la junta directiva del Barcelona FC persigue una mejora que, de hacerles caso, resulta imprescindible para garantizar el futuro de la entidad. Habrá que ver si es así o si, como temen algunos socios, la deuda contraída para realizar las obras, añadida a la ya existente, hará inviable un club que sea propiedad de sus socios para acabar convirtiéndose en una sociedad anónima. O si se prefiere decirlo en términos más crudos: un negocio privado en el que los abonados no pasen de ser meros consumidores sin capacidad de decisión.

Claro que siempre les quedarán los recuerdos de un pasado a veces feliz y otras no tanto. Esa historia personal de cómo se vivieron las victorias y las derrotas, sentidas como propias, porque en parte lo eran. De hecho, la sentimentalidad barcelonista ha ido sufriendo reveses con el cambiar de los tiempos. Así, tuvo que ver su camiseta convertida en soporte publicitario o tragar la duda de las relaciones mantenidas con un influyente sector del arbitraje al que pagaba por algo que no se sabe en qué consiste.

Pero el Barça ha sido también un factor de cohesión social, forjador de memoria individual y colectiva y un vecino distinguido del barrio de Les Corts. Un vecino al que se le deben algunos factores relacionados con la modernidad de la zona. Sin ir más lejos, cuando se produjo el traslado del equipo desde el viejo campo al actual, la Travessera de Les Corts, que une ambos espacios, ni siquiera estaba asfaltada. Era tierra que se convertía en un lodazal impracticable cada vez que llovía. Y llovía más que ahora. La urbanización de la zona, así como de la barriada de Collblanc, ya en L'Hospitalet, se vio impulsada por la llegada del Barça y la mejora, muy menor, pero mejora al fin y al cabo, de las comunicaciones con el centro de la ciudad. Pero no todo han sido ventajas para el vecindario, Como todos los vecinos, el club ha tenido cosas buenas y otras que no lo han sido tanto.

En los últimos tiempos se podría decir que más bien se ha convertido en un vecino prepotente e incómodo. Cuando se inauguró el Camp Nou el Barça jugaba un partido cada 15 días, lo que no dejaba de ser un factor desertizante, porque fuera de esas fechas no había nada. Ahora, además del mal llamado museo, hay semanas en las que se celebran dos encuentros. Y siempre es lo mismo: el barrio queda colapsado. Colapsado un transporte público claramente insuficiente para mover los miles de aficionados que acuden a cada encuentro. Y colapsadas las calles del entorno por aquellos que deciden acudir en coche privado. Los que van al campo para ver el partido lo hacen por voluntad propia, saben lo que hay y apechugan con tener que dedicar el triple y el cuádruple del tiempo necesario para el desplazamiento. Después de todo, sarna con gusto no pica. El problema es que ese colapso afecta a la totalidad del vecindario y se extiende por dos arterias centrales: la Diagonal y la Ronda del Mig. Y los atascos en estas vías se propagan rápidamente a la zona sur de Barcelona.

Eso hoy, cuando la tolerancia es mucho menor que en los años sesenta y setenta. Entonces el consistorio permitía de todo. Los coches ocupaban los paseos centrales de la Diagonal, hoy desaparecidos en el lado mar, y las aceras de las calles adyacentes, llegando en ocasiones a bloquear algún aparcamiento vecinal. Eso ya no pasa, pero los días de partido los vecinos no se muestran especialmente felices.

Los problemas en Montjuïc serán menores por la simple razón de que allí cabe menos público. Y, sin embargo, la cosa se puede ver muy agravada si el Ayuntamiento confía en la iniciativa que pueda tener el club para regular nada. El responsable de la movilidad del Barça es Jordi Portabella, que fuera infausto concejal de ERC. Ha dejado para la historia dos apuntes: pintar carriles para bicicletas en las zonas reservadas a los peatones y una moción contra los toros en la que, recordando que había estudiado biología, aludía a la psicología de los astados.

Tras caer en desgracia en su partido y ante las dificultades de que encontrara trabajo, se le buscó acomodo en algún lugar y ese lugar fue el Barça de Joan Laporta. Ahora es el encargado de colapsar la plaza de Espanya. Y lo va a hacer encantado. Debe de pensar que un lugar con ese nombre se merece todo lo malo que pueda pasarle.