El pasado domingo, 4 de junio, un sujeto que se hallaba en la plaza de Sant Jaume festejando (aparentemente) la victoria del Barça femenino en la Champions League decidió celebrar las cosas a su manera y se corrió en la espalda de la chica que tenía delante. Ambos han sido descritos por la prensa como jóvenes, aunque yo diría que solo la víctima de la desquiciada libido del onanista futbolístico puede ser calificada de tal, pues tiene 18 años. Su agresor tiene 30, una edad a la que casi todos los seres humanos pueden considerarse adultos (menos Juana Dolores, quien, a sus 31 tacos, insiste en imitar sin mucha gracia lo que hacía Johnny Rotten a los 21). El incontinente sexual fue detenido, puesto a disposición judicial y, finalmente, devuelto a la calle con la prohibición de acercarse a menos de mil metros de su víctima y la de presentarse ante el juzgado cuando se le requiera. No sé si se trata de una pena dura o una blanda, pero, realmente, ¿qué puedes hacer con un tarado cuya idea de la diversión consiste en incrustarse en una multitud, masturbarse y eyacular sobre la pobre chica que tiene delante? Tampoco lo vas a matar, pero sí cabe preguntarse por su equilibrio mental.
Pasaré por alto el hecho de que la absurda tropelía genital se llevara a cabo en un ambiente futbolístico, aunque siempre sostendré que ese deporte atrae a lo más primario y desquiciado de la sociedad (no me imagino a nadie meneándosela en una conferencia de Annie Ernaux, por poner un ejemplo). Ni siquiera sé si el tarado en cuestión es aficionado al fútbol en general y al fútbol femenino en particular: igual se apunta a cualquier evento masivo que le permita dar rienda suelta a su insania. Pero yo diría que habría que hacer algo más con él que ponerlo en la calle mientras la justicia le da vueltas al castigo que se merece o a las medidas que hay que tomar a su respecto.
Se impone, insisto, la asistencia psiquiátrica: alguien que considera que está en su derecho de eyacular sobre desconocidos es alguien que no ha entendido muy bien la sociedad en la que vive. Lo mismo puede decirse de esos cada día más frecuentes grupitos de menores a los que les parece de lo más normal montarse un gang bang con una niña de trece o catorce años y con los que la sociedad no sabe muy bien qué hacer a nivel legal porque su edad los hace inimputables de nada. Lo del tarado de la plaza de Sant Jaume es, aparentemente, menos grave que lo de los teenagers salidos, pero tener esas aficiones a los 30 años resulta, según cómo se mire, más preocupante que lo de los chavales idiotizados por el porno violento que no deberían consumir bajo ninguna circunstancia o, al menos, esperar unos añitos para hacerlo. Con un poco de suerte, los menores amorales aún están a tiempo de ser reeducados. Lo del ganso de 30 años ya lo veo más complicado: se impone proceder a un estudio pormenorizado de la precaria psique del sujeto y luego actuar en consecuencia. Y en cuanto al Barça, tal vez debería demandarlo por no contribuir precisamente a mantener el buen nombre de la entidad (gobiernillo y ayuntamiento también podrían sumarse a la moción, dado que, a fin de cuentas, el onanista seudo futbolístico llevó a cabo su gloriosa gamberrada ante las principales autoridades de Barcelona y de Cataluña).
Suceden cosas que nunca habían sucedido. O que, si pasaban, no nos enterábamos. Es difícil establecer una jerarquía de animaladas, pero yo diría que sacarse la chorra en público y correrse sobre la chica que tienes delante tiene muchas posibilidades de llevarse la palma. ¿Soltar al demente mientras se piensa qué hacer con él? ¡Pero si es evidente que necesita ayuda psiquiátrica urgente! A no ser que alguien nos salga con que lo suyo solo era una muestra de la libertad de expresión. Lo que, tal como está el patio, también podría ocurrir.