Karl Popper escribió La sociedad abierta y sus enemigos para defender lo que consideraba la forma de gobierno más racional y aconsejable, especialmente si uno va a ser el gobernado, la democracia liberal. Escribió el libro mientras las democracias liberales y la Unión Soviética intentaban derrotar al fascismo y al nacionalsocialismo en la Segunda Guerra Mundial. Dejando a un lado una introducción y numerosas notas, Popper arremete contra la teoría política de Platón, la de Hegel y la de Marx.
A este último, sin embargo, le dedica varias páginas de elogio porque comprende que los principios de la Revolución Industrial fueron especialmente injustos con el proletariado y las clases bajas y fue inevitable que surgiera alguna forma de reivindicar sus derechos como personas y ciudadanos. Luego lo deja a caldo, claro, que es Popper. Hubo muchas ediciones posteriores de esta obra a cargo del autor y de ahí tantas notas al texto, que ocupan casi una tercera parte del libro.
En fin, no quería entrar en el detalle, sino citar una idea que Popper suelta como quien no quiere la cosa. Decía el austríaco que, en una democracia consolidada, uno no vota para elegir el mejor gobierno, sino para sacarse de encima un mal gobierno. Ojo con esto.
La democracia, pues, tiene una considerable ventaja sobre otras formas de gobierno, por dos razones: una es que, mande quien mande, existen una serie de derechos de la persona y el ciudadano que no se pueden tocar; otra, que procura cambios de gobierno sin tener que recurrir a la violencia. Esto último está muy bien porque las revoluciones violentas son muy incómodas, lo dejan todo perdido y acaban siempre como el rosario de la aurora.
Ésta es la teoría, por supuesto. En la práctica, uno debe permanecer atento y vigilante. La democracia siempre ha sido y siempre será un paciente constantemente enfermo. Se distingue fácilmente a una democracia cuando se comprueba que todos se quejan abiertamente de lo mal que lo hace el gobierno, cosa que nunca sucede en una tiranía. Pero, ay, la democracia es una máquina delicada. A veces, se estropea por falta de cuidados. Basta que un poco de porquería se cuele entre sus engranajes para atascarla. A poco que aparezca un «nosotros» contra un «ellos», deberían sonar todas las señales de alarma.
Vale la pena examinar el voto de las últimas elecciones municipales y el voto que vendrá de las elecciones generales a la vista de lo que dijo Popper de expulsar al mal gobernante sin hacernos (mucho) daño. El fracaso es la mejor escuela.
Colau ha perdido la alcaldía de Barcelona, pacte el señor Trias con tirios o troyanos o pacte el señor Collboni con güelfos o gibelinos, da lo mismo. Ya no será alcaldesa. Tenemos que añadir que su partido, coalición, movimiento, confluencia o como se llame nunca tuvo una clara mayoría, ni en sus mejores días. Obtuvo el 25% de los votos en 2015, el 21% en 2019 y el 19% ahora.
Por comparar, en 2007 el PSC rozó el 30%. En 2011 Trias, entonces candidato de CiU, obtuvo más del 28% de los votos, por el 22% con que ha ganado ahora yendo de la manita del partido que antes fue Convergència.
El censo de Barcelona suma algo más de 1.109.000 ciudadanos. Trias se ha llevado 149.000 votos, Collboni casi 132.000 y Colau dos o tres centenares menos. Ninguno supera el apoyo de un 13,5% de los barceloneses con derecho a voto. Esta cifra tendrían que grabársela a fuego unos y otros.
Colau ha perdido porque ha votado más gente en su contra que a favor. Tal cual. Y lo mismo, mucho me temo, pasará en julio con ese lío de Sumar, del que podemos restar el efecto de tanto dividir, lo que va a multiplicar sus probabilidades de darse un batacazo monumental. Pero no me hagan caso, que nunca acierto en mis pronósticos y ya veremos qué nos traerán las elecciones generales, si un disgusto pequeño o uno grande.
¿Por qué se vota en contra, en este caso, de Colau? ¿Porque prometió mucho y cumplió poco? ¿Porque no ha sabido contarnos las cosas que ha hecho bien? ¿Porque en muchas cosas su gobierno ha dado sobradas muestras de ineptitud? No existe un único porqué, sino varios. Ahora toca aprender de los errores y aprovechar los aciertos.
Ojo, que estas preguntas tendrían que hacérselas todo. Ninguno está como para tirar cohetes con los resultados obtenidos.