¿Se estará convirtiendo Ada Colau en la nueva Laura Borràs? Esa impresión tengo cuando me entero de su última ideaca para no ser desalojada del ayuntamiento de Barcelona (a este paso, habrá que llamar a la BRIMO para que la saque de ahí a porrazos). Como ustedes ya sabrán, la cosa consiste en una especie de alcaldía por turnos, en una versión municipal de la presidencia rotatoria de la Unión Europea. En teoría, se trata de impedir el acceso al poder de la derechona representada por el doctor Trias i Vidal de Llobatera. En la práctica, de seguir en el ayuntamiento a cualquier precio, recurriendo a ERC y al PSC. Ada ya sabe, incluso, cómo repartir el pastel: el Tete Maragall ejerce de alcalde durante un año, luego se tira ella un año y medio en el cargo y los siguientes dieciocho meses se encarama al sillón Jaume Collboni. Según ella, es la fórmula ideal para contentar al electorado, que, como todo el mundo sabe, es mayoritariamente de izquierdas (leyenda urbana que hace tiempo que no cuela, pero a la que siempre se puede recurrir en momentos de desesperación).

Tras quedar la tercera en las últimas elecciones municipales, cualquiera que no fuese Ada habría entendido que tal vez había llegado el momento de hacer mutis por el foro con cierta discreción. Pero ella ha preferido seguir el ejemplo de alguien en sus antípodas políticas, la inefable Laura Borràs, nuestra querida Geganta del Pi, a la que solo le ha faltado echarse a llorar y clavarse al butacón con Super Glue para evitar que la despojaran de su cargo de presidenta del parlamento regional. Todos tenemos muy presentes las añagazas y maniobras dilatorias empleadas por la señora Borràs para retrasar el momento de ser justamente expulsada (por corrupta y dada a los trapis) de la cámara catalana, retorciendo las instrucciones de la justicia española, acusando de colaboradores del enemigo a quienes le decían que fuera haciendo la maletita y, básicamente, ciscándose en todo aquel que no tomara partido por ella de una manera clara e inapelable. Costó lo suyo librarse de ella y yo diría que, en algún momento, hasta debió plantearse la posibilidad de recurrir a los de Desokupa. Dicha posibilidad vuelve a estar sobre la mesa ante la actitud numantina de Ada Colau para no abandonar el ayuntamiento como no sea a rastras.

Yo pensaba que la buena mujer tenía puesta la mirada en algún cargo europeo o en algún chollete relacionado con su enternecedora (¡y feminista!) amistad con ese valor en alza de la nueva izquierda que es Yolanda Díaz, pero parece que le ha cogido cariño a lo de ser alcaldesa de su ciudad y que no se lo va a poner fácil a quienes aspiran a que deje de serlo. Su idea es desesperada, pero tiene la dudosa virtud de sembrar el pánico y la desunión entre sus detractores políticos, que aspiran, como todo hijo de vecino, a pillar cacho en el ayuntamiento de Barcelona. Visto desde fuera, yo diría que el Tete puede acabar picando. Tengo dudas de que Collboni también. Y estoy casi seguro de que Trias, que basó toda su campaña en el anti colauismo, se va a cerrar en banda (mientras le pide al Tete que le apoye). Pero Ada lo intenta. Total, no tiene nada que perder y, el no, ya lo tiene (y está por ver lo del cargo europeo y lo del chollo procedente de la mandamás de Sumar). Al mismo tiempo, seguirle la corriente a Colau puede convertirse en veneno para la taquilla para sus adversarios políticos: cuando se da cierta unanimidad ciudadana a la hora de prescindir de los servicios (dudosos) de los comunes a la comunidad, valga la redundancia, ayudarlos a perpetuarse en sus cargos puede sentar francamente mal a quienes votaron a Trias, Collboni o Maragall para librarse de ellos.

La resiliencia de Ada, eso sí, está fuera de toda duda, lo que demuestra que también ha aprendido cosas de Pedro Sánchez. Pero, a efectos prácticos, los barceloneses nos hemos librado de la cansina Laura Borràs para ver cómo la sustituye nuestra querida alcaldesa, quien debería haberse dado cuenta de que ponerse pesada no es la mejor manera ya no de conservar el cargo, sino de abandonarlo con cierta dignidad. Aunque Ada tiene sus fans, uno detecta cierto clamor popular por perderla de vista. En ese sentido, si alguno de sus adversarios pica con su oferta de alcaldía rotatoria, corre el riesgo de alienarse a un número considerable de sus votantes. De momento, todos le han dicho que nones, pero puede que no con la energía necesaria…