Pese a mi edad madura, tirando a provecta, a veces puedo ser de una ingenuidad desoladora. Lo he podido comprobar de nuevo recientemente, con el resultado de las elecciones municipales barcelonesas, en las que Jaume Collboni ha logrado llegar a alcalde con el apoyo de los comunes y del PP, dejando al doctor Trias y al Tete Maragall compuestos, sin alcaldía y con un rebote del quince que no han hecho el menor esfuerzo por disimular. Lo del PP me pareció admirable, muy “antes roja que rota” y con un punto inusual si tenemos en cuenta la habitual relación a cara de perro, a nivel nacional, del PSOE y el PP. Lo de los comunes me lo tomé como un bello gesto de Ada Colau, quien viéndose expulsada del ayuntamiento, había recordado de repente que era de izquierdas y eso la llevaba a preferir como alcalde a un sociata que a un convergente (de los del 3%, como se encargó de añadir en su discurso, echando sal a la herida de indepes sinceros y de boquilla). Que Dios me conserve la vista.
Afortunadamente, no tardé mucho en descubrir que la maniobra Colau obedecía, como de costumbre, a sus propios intereses. Se iba del ayuntamiento, sí, pero no sin antes apañárselas para que Collboni cuidara de los suyos, que, al parecer, van a pillar algunas prebendas en la nueva administración socialista. En cuanto a ella misma, en vez de optar por la fórmula “Después de mí, el diluvio”, atendió la llamada de Yolanda Díaz, quien le aseguró que, si se portaba bien y le echaba una manita al PSC, igual le caía algo en Sumar, una posibilidad de futuro que Ada se está trabajando con ahínco desde que la fashionista gallega puso en marcha su campaña de acoso, derribo y, a ser posible, destrucción de Unidas Podemos.
Por mucho que amenace cada dos por tres con irse a casa (recordemos que hubo una época en que con la PAH ya iba que chutaba, y otra en la que aseguraba que su misión social y política se acababa en su querida ciudad, o cuando dijo que dos mandatos eran suficientes y luego se presentó a un tercero), Ada Colau ha llegado a la política para quedarse, y no seré yo quien le afee la conducta por ello (sobre todo después de haber visto como dos viejos amigos de Ciutadans se recolocaban, respectivamente, en el PP y Vox). Por eso, cuando dijo que no tenía aspiraciones de hacer carrera a nivel nacional, no la creí: expulsada del ayuntamiento de su querida ciudad, vio que el mundo era ancho y podía dejar de ser ajeno; de ahí el enganche a Yolanda Díaz que la va a llevar a encabezar la lista de Sumar en Barcelona, acompañada por sus fieles Subirats y Asens, que cada vez estaban peor vistos por lo que queda de Podemos.
No sé cómo me pude creer, aunque solo fuera por un segundo, que el apoyo de Colau a Collboni era como el que ella recibió de Valls hace cuatro años, aunque la oferta y la demanda se gestionaran con la misma displicencia (hasta llegar al extremo de calificar a Collboni de mal menor). Lo que Barcelona pierde (o, en mi opinión, gana) con la desaparición de Colau del hábitat municipal, lo ganará (o lo lamentará) España porque, citando el estupendo documental sobre el productor Robert Evans The kid stays in the picture, Ada sigue metida en política hasta el cuello, ha hecho de ella la profesión para la que se entrenó desde el activismo social y piensa dar mucha guerra.
Aunque parezca un sarcasmo hipócrita, le deseo lo mejor. Yo solo aspiraba a perderla de vista como alcaldesa de mi ciudad y eso ya se ha cumplido. En Sumar pueden irle bien las cosas si no intenta subirse a las narices (nunca mejor dicho, porque ahí hay espacio de sobras) de su jefa de filas, cuyo entrenamiento comunista la capacita extraordinariamente para la purga y el corte de cabezas, como pueden atestiguar Irene Montero, Pablo Echenique y, un día de estos, Ione Belarra. Si respeta la jerarquía y no le da por ser califa en el lugar del califa, nuestra Ada puede hacer realidad el viejo lema del señor Spock de Star Trek: Live long and prosper…