El señor Collboni ya merece el tratamiento oficial de excelencia o excelentísimo señor, tal como dictan las reglas del protocolo. Pero hay quien no puede con ello.

Horas antes de su nombramiento como alcalde, los chavales del Frente de Juventudes, los señores Trias y Maragall (Ernesto) y sus acólitos, habían puesto el champán al fresco y comenzaban a repartirse los cargos. Publicaron el programa de gobierno acordado, pero ese pacto tenía tan poca concreción y era tan banal que podrían haberlo firmado el Frente de Liberación de Cáceres, Unidad Alavesa o la tuna de la Facultad de Derecho de Valladolid sin despeinarse. Pero ¡qué contentos los abuelitos con ese juguete nuevo! ¡Qué carita de felicidad! Qué ilusión debió de hacerles.

Por eso, el chasco fue monumental.

No había más que verles las caras y el gesto. Sufrieron un corte de digestión, como poco. No supieron disimular ni guardar las formas y dieron un pobre espectáculo de sí mismos. Tanto fue así que, viéndolos en la sesión de investidura, comprendimos enseguida que Barcelona no merece alcaldes así, de tan mal perder. También comprendimos la magnitud de la tragedia, pues el nuevo gobierno municipal, tarde o temprano, tendrá que buscar pactos con esta gente para sacar adelante proyectos y presupuestos.

El señor Maragall (Ernesto) escupió litros de bilis. Al principio de su discurso saludó a diestro y siniestro a todos menos al señor Collboni. No lo felicitó por el cargo, ni se ofreció a echarle una mano en caso de necesidad, ni le prometió una oposición firme y honesta, como exigía el momento y la educación. Desde la primera línea de su diatriba, lo acusó de un «comportamiento indigno» y otras lindezas por el estilo, acudió al clásico «la culpa es de Madrid», gruñó más de lo habitual, y anda que no gruñe el caballero, y demostró sobradamente estar más cabreado que una mona. El silencio que siguió a sus palabras olía a cuerno quemado.

El señor Trias, en cambio, comenzó hablando de (cito) «dar una lección de democracia» a sus nietos, presentes en la sala. Parecía que aceptaba el resultado con deportividad. ¡Cómo nos engañó! Pronto se le cayó la máscara. Poco después, exaltado, desgañitado, visiblemente tembloroso, fuera de sí, exclamó «Que els bombin!», perfecto resumen de su parlamento.

La prensa de Barcelona tradujo la expresión como un «¡Que les den!», o un «¡Que les zurzan!», porque es de un soso que aburre. Más correcto en fondo y forma hubiera sido un «¡Que les jodan!». Luego supe que «Que et bombin!», es un eufemismo referido a la sodomía. En otras palabras, el venerable anciano se descubrió enviando a tomar por el culo a todos los que no votaron por él.

El cabreo prosigue. El señor Maragall (Ernesto) se presenta ahora al Senado para (cito) «limpiar la injuria» a la que ha sido sometido, cuando lo correcto, en estos casos, en retar a un duelo al ofensor. Pero ya no se guardan las formas, qué pena. Por otro lado, la candidatura al Senado del señor Maragall (Ernesto) da a entender que ERC anda muy corta de candidatos, también lo digo, y eso debería preocuparles. También podríamos hablar de la conveniencia del pluriempleo del señor Maragall (Ernesto) en el Ayuntamiento y el Senado, pero será otro día. Primero tiene que resultar elegido.

En el entorno del señor Trias, han abierto la jaula de las fieras para sostener que la elección de Collboni como alcalde fue «una farsa», «ilegítima», «inmoral», se basó en «una gran mentira» y respondió a las maniobras de las cloacas del Estado (sic) con la correspondiente culpa de Madrid, etcétera. Don Artur Mas, o su negro, puso todo esto por escrito en un diario barcelonés y se quedó tan pancho. En democracia, si es legal, es legítimo, señor Mas, aunque no le guste, y si es una farsa, es inmoral, etcétera, será lo mismo en Gerona, ¿no?, donde no pudo ser alcaldesa la candidata del PSC gracias al voto de Junts. O en tantos otros municipios, consejos comarcales y diputaciones donde se ha dado una alianza contra natura entre el PSC y la derechona casposa de Junts para que no ganara ERC. Qué mal perder.

El señor Trias, por su parte, también participa del triste espectáculo, mostrándose lloroso y rencoroso por radios y televisiones afines, sosteniendo todavía ser víctima de una injusticia y una conjura judeomasónica y ofreciéndose como mártir al independentismo, él. 

En resumen, ambos caballeros dan sobradas muestras de haber quedado desquiciados. 

Por su bien lo digo: si alguien los aprecia, que los retire discretamente de la vida pública.