Gabriel Rufián, tras estrellarse en Santa Coloma, vuelve a encabezar la lista de ERC por Barcelona. No está mal para alguien que anunció que dejaría el Congreso para siempre en 2017. Pero como ERC tiene poco banquillo, necesita echar mano de caras conocidas. La de Rufián lo es. No ha descollado por su finura analítica sino por su tendencia a la bronca. En la política actual, convertida casi en espectáculo, un tipo capaz de soltar unas cuantas frases provocativas tiene el futuro asegurado. Esta misma semana se ha lanzado al ruedo anunciando que intuye un gobierno conjunto de socialistas y populares. ¡Vaya visión política! Pero no hay que preocuparse: ahí está él -y su Esquerra Republicana-, para conjurar la tentación de esos dos partidos de formar una gran coalición a la alemana.

Es posible que haya quien sueñe con ello. Si se asume la existencia de infinitos mundos paralelos, cabe incluso pensar en uno en el que Rufián se convierte en presidente del Gobierno central y en otro de esos mundos, ¿por qué no?, ingresa en el Monasterio de Montserrat y abraza los hábitos para luego crear la Iglesia Reformada catalana.

RUFIÁN Y SANTA COLOMA

El tipo de política que practica Gabriel Rufián es muy similar al de otros partidos de la derecha, por ejemplo, PP y Vox: trazo grueso, incluso grosero si hace al caso, y grandes dosis de fanfarronería. En esta precampaña, Rufián presume de haber aumentado los votos de su partido en Santa Coloma de Gramenet, pasando por alto que no le han servido de nada porque el PSC sigue con mayoría absoluta. Eso sí, ha adelantado a Ciudadanos en unas elecciones en las que ese partido casi ha desaparecido. Habrá que ver cómo se las compone el muchacho para cumplir con el pluriempleo de concejal y de diputado.

Presume también de haber apoyado a un gobierno que ha aumentado el salario mínimo y promovido la ley de la vivienda. Pasa por alto dos grandes triunfos: haber impedido cambios en la ley mordaza y el voto contra la modificación de la reforma laboral, esa que ahora gusta a Feijóo y contra la que votó su partido, salvo el diputado Alberto Casero, que se equivocó. Dice.

No es una novedad que ERC coincida o pacte con la derecha. Pere Aragonés es presidente tras un acuerdo (luego roto por ambas partes) con Junts, el partido de Xavier Trias, con quien también pactó Ernest Maragall. Que la cosa saliera rana no anula que hubiera un pacto para hacer alcalde al mismo Trias que Rufián critica porque cuando encabezaba el grupo de CiU en el Congreso se llevaba bien con Aznar. 

En su opinión el 23 de julio hay que elegir entre Catalunya y Vox. Una contraposición imposible. Guste o no, los catalanes que votan a Vox son también catalanes y tienen derecho a tener un proyecto territorial diferente al de Rufián, aunque sea un proyecto deleznable. Habla como si sólo la visión de ERC de Catalunya fuera la real. La de los demás es falsa y perversa. De ahí que pudiera llamar “fascista” a Josep Borrell y quedarse tan tranquilo.

POLÍTICA DE DESCALIFICACIÓN

En poder de la verdad única y verdadera, Rufián anuncia que su partido sólo pactará con los socialistas y Sumar si “eso significa defender a Catalunya” que consiste en “defender su lengua, su cultura, sus servicios, sus infraestructuras, su gente, su libertad”. Como ha dicho esta misma semana Pere Aragonés, los otros partidos se dedican siempre, absolutamente siempre, a atacar a Catalunya. Quizás quepa una excepción: cuando subvencionan a las empresas de su familia.

Son afirmaciones que sólo buscan la descalificación del adversario. Y Rufián puede estar orgulloso: ha creado escuela. Las diatribas de Trias y Maragall en el pleno de Barcelona que eligió alcalde a Jaume Collboni no tienen nada que envidiarle: descalificación, insulto y agresividad verbal. Una actitud política que hace buena la descripción de Jason Brennan: “Hay personas que consideran que sus adversarios políticos son satánicos; otras creen que simplemente están equivocados. Algunas piensan que al menos una parte de sus oponentes es razonable; otras creen que todos son idiotas”. El lector sabrá dónde debe colocar al fracasado alcaldable para Santa Coloma y diputado que se despidió del Congreso para volver repetidamente al mismo.

Un dato más. Rufián ya no vive en Santa Coloma, pero ha residido allí la mayor parte de su vida. En una entrevista aparecida en Público dice que hay que “eliminar la miseria que supone que cantidad de gente, y yo lo he vivido durante toda mi vida, coja un tren atestado sin saber a qué hora llegará a su casa o al trabajo”. No es por nada, pero en Santa Coloma no hay estación de tren. Ni se la espera.